domingo, 24 de enero de 2010

Aquellos maravillosos años....

Ayer en la tarde, mientras trabajaba en el ordenador, hablé con mis hermanas por el msn; iban camino al supermercado junto a mi madre, por lo que surgieron los temas relacionados a los "grandes viajes con mami al supermercado", y entre mensaje y mensaje, me enviaron esta foto.
Durante muchos años fui la compañera de aventuras de mi madre, dentro de este gran establecimiento; tendría yo entre 12 y 15 años, cuando me tocaba acompañarle a realizar la compra del mes. Este "viaje" lo hacíamos un sábado al mes; El supermercado nos quedaba justo enfrente; en ese entonces, vivíamos en la Av. 27 de Febrero, esq. Av. Abraham Lincoln, donde está hoy Lincoln Center. Partíamos juntas, hacía el otro lado de la calle, mas o menos a las dos de la tarde, yo sabía a la hora a la que llegaba, nunca a la que saldría de allí.
Nuestro recorrido empezaba por el pasillo de los panes, mami miraba y miraba cada bolsa, cada marca, cada precio, y, al final terminaba escogiendo uno, dos o tres, depende, que según ella estaban mejor que todos los otros; en este mismo pasillo estaban los enlatados: latas de habichuelas, maíz, guandules, etc., iban entrando al carrito de seis en seis, eso sí, las de más atrás y que no estuvieran abolladas. Seguíamos el recorrido en este mismo pasillo, donde casi al final estaban los tomates, plátanos, zanahorias y al final la leche: "Mari, coge doce contenes de leche...."; aquí, mientras yo entraba la leche, ella estaba un buen rato escogiendo los mejores tomates, zanahorias, etc...., en cuanto a los plátanos, no importa la cantidad que hubiese en el lugar, ella los miraba todos, los observaba todos e iba escogiendo, uno a uno, los más grandes y bonitos, hasta llegar a cien; si tenía que "emburujarse" con una mano de plátano, porque ésta tenía un plátano más pequeño, o por el contrario, tenía un hermoso plátano verde, que bien podría posar para un bodegon, la lucha siempre la ganaba la mami, ya sea para apuntarle el diminuto plátano o para que el grande y hermoso entrará en el carrito de "Doña Yolanda". Así, en este pasillo, nos servíamos de las mejores verduras y las mejores frutas y tubérculos.
Nuestro recorrido continuaba, por los diferentes pasillos, y nuestro carrito se iba llenando de jugos, leche, ketchup, mayonesas, papel sanitario, etc., suficiente para un mes y para cuatro adultos y tres niñas; para cuando llegábamos al área de los huevos, nos encontrábamos en la mitad de nuestro recorrido, y estábamos justo antes de llegar a las carnes; aquí también nos tomábamos gran parte del tiempo: No cualquier huevo era digno de ocupar un lugar en el carrito de mi madre, por lo que ella se paraba, y mientras yo observaba, ella iba haciendo un nuevo "lay out" con los paquetes de huevos, ella, entre tooooodos los cartones de huevos, escogía los mas grandes y los más limpios; lo dicho, no cualquiera podía llegar al carrito de la mami, creo que por esto es que, años mas tarde, en el SN decidieron cerrar los cartones de huevos de manera que ninguna Doña Yolanda hiciera de las suyas en este lugar.
Para este momento, ya el carrito desafiaba peligrosamente la gravedad, pero no habíamos llegado al momentazo carne: Era aquí cuando mami me decía: "Teresa, ve y busca otro carrito", y empezaba la maravillosa aventura de ver cómo ella cogía cada paquete de carne, y bajo no sé bien que concepto, iba poniendo dentro: pecho, roti, carne de bola, bistec, chuleta, costilla, pollo entero, por partes, pechuga de pollo, mulos de pollo, carne molida y sin moler; en fin carne de todo tipo y la mejor de todas, así el segundo carrito, en cuestión de mas o menos una hora, estaba casi en las mismas condiciones que el anterior: desafiando las reglas de la gravedad.
A estas alturas, ya estaba cansada, eran casi las seis de la tarde, pero faltaba el momento queso-jamón; aquí íbamos al área de "Delicatessen", esperábamos nuestro turno, y: "2 libras de jamón cocido El Caserio, y dos libras de queso Gouda Danes, en lonjas, por favor", esto nos tomaba, mas o menos media hora, en lo que llegaba nuestro turno y en lo que nos despachaban.
Ya el "paseo" por el super estaba llegando a su fin. Sólo nos quedaban unos pasillos en los que nos deteniamos mas a ver que a comprar. Para cuando llegábamos a pagar, eran alrededor de las ocho de la tarde, y yo estaba realmente cansada, era cuando, entonces, ella subía a la panadería y compraba un ciento de churros, que era el premio para el que había estado con ella y para los que quedaban en casa y que luego tendrían que colocar la pequeña gran compra que habíamos hecho durante toda la tarde de un hermoso y soleado sábado.
Antes de pagar, ella avisaba al Señor Alvarez, que le mandara a buscar el saco de arroz y el saco de patatas, que previamente había mandado a empacar cuando llegamos a las dos de la tarde. Aquí comenzaba otra aventura, porque ella y el o los muchachos que empacaban tenían que trabajar hombro con hombro: "el pan para el final; los huevos, no se te vayan a romper los huevos, muchacho que te mato; los tomates, que no se machuquen los tomates; espera, eso ahí, no!, pon esto allí y aquello aquí,....en fin, que siempre le tuve una profunda admiración a estos empleados, porque a mí, sinceramente, me ponía de los nervios, alguna vez temí que alguno de ellos le fuese a decir algo; pero eran buenos, y creo que le llegaron a cojer cariño.
Había llegado el gran momento de entrar todo eso en el coche, un Chevy Nova del 68 (nada pequeño), esto se convertía en otro nuevo desafío, porque a decir verdad, necesitabamos una camioneta, pero ella hacía magia y todo entraba en nuestro "Bartolo", eso sí, llevábamos bolsas hasta en la cabeza; yo iba sentada pegadita a la puerta, con los cartones de huevos en las piernas, respirando lo justo, para que no se fuera a romper ningún huevo, y porque si respiraba profundo, era capaz de salir disparada por la puerta, que ya habíamos cerrado con bastante trabajo, porque lo que no cabía en el maletero, iba delante con nosotros.
Para cuando salíamos del super, eran las ocho de la tarde, y todavía faltaba desmontar la compra, que por menos tiempo que nos llevará, también nos tomaba un buen rato. El colocarlas en su lugar era cosa de "ellas", ahí nunca me metí. Sólo sé que teníamos dos neveras y dos congeladores, y cual de los dos estaba mas lleno. De hecho, hoy no abro mucho la nevera de mi casa, porque, creo que he quedado "chocada", porque en aquellos tiempos no abría la de casa de mi madre, pues había que mover tantas cosas, que mejor no tomaba agua ni comía nada. La despensa siempre estaba llena de de todo, en grandes cantidades. La verdad es que eramos muchos, pero también siempre fueron tantito exageradas, producto de una mezcla jugosa de una italiana y un gallego, que a cual de los dos le gusta más comer bueno y mucho.
En estas tardes de supermercado, más de uno se quedaba patidifuso viendo la cantidad de comida que llevábamos; hubo alguno, que incluso, llego a preguntarnos que si teníamos un negocio, a lo que mami le dijo: "No, doña, eso es para mi casa. Pero, para que tengan una idea más clara, si es posible, de este asunto: cuando aún viviamos en la Calle Santome, e íbamos al SN de "La Mella", que nos quedaba, también al cruzar la calle, era yo muy pequeña, y mis hermanos estaban en edad de compotas o potitos (como dicen por estos lados), mi madre compraba tres cajas de 24 de las mismas: 24 de frutas, 24 de verduras y 24 de carnes....¿podía un niño de esa edad engullir tanta cómpota???.....No lo sé.
En una ocasion, en una amaneza de ciclón, un periódico le tomo una foto y la sacó, en primera plana, poniendo a pie de foto: "Aquí una muestra de cómo se abastece la gente ante la amenaza del Ciclón X", y salia mi madre detrás del carrito y lo primero que se podía ver era una gran lata de leche en polvo marca Nido"; lo que no corroboro el periodista fue que esta Señora no se estaba "abasteciendo" para el ciclón, estaba haciendo la compra normal de su casa. Hablando de ciclones, cuando uno de estos amenazaba con tocar la isla, ella misma se encargaba de llamar a "las muchachas", sus primas, para decirles que no fueran a comprar nada, porque: "yo hice la compra el sábado, y tengo el frizer lleno de carne y la despensa llena de latas". Osea, antes que el ciclón se formara, ella ya estaba preparada......
.....Flobre no entiende muy bien porque a mi no me gusta hacer la compra, cuando para la mayoría de las personas esto es una aventura, pero yo es que ese tipo de aventuras ya las viví, y lo mío fue "aventura extrema". Ya las cosas han cambiado mucho, ya no somos tantos, y ya no hay tanto lugar donde guardar tanto alimento, ya no vivimos en la "la casa grande de la Lincoln", ahora viven en el apartamentico de la Jose Contreras; la compra ha bajado bastante, pero igual sigue siendo un verdadero "pasa tarde" ir con mi madre al supermercado, ya no voy yo, les dejé este pasa tiempo a mis hermanas.
Es bueno aclarar, que cuando a mi o a alguna de mis hermanas nos mandan a comprar plátanos, aguacate, tomates, patatas o cualquier cosa que no venga previamente empacada, nunca lo encontramos, no porque no haya, sino porque ni nos acercamos a buscarlos; y es que nunca lo compramos a gusto de ella: "eso esta muy chiquito"; "¡te engañaron!"; "¡jmmm, si soy yo no compro eso..."; en fin que mejor no compramos nada y le decimos: "....fuimos y no había nada de nada...." y nos evitamos el momento, "Yolandita".....
En honor a los días en que me tocó ir de compras con mi madre, puede que en este relato me haya quedado corta en alguna ocasión, o bien haya exagerado lo mio; recuerden que ya han pasado años desde aquello, era yo muy pequeña, y las cosas vista desde los ojos de una niña, siempre son más grandes o más difusas.
Gracias, Angie y Tita, por enviarme la foto, porque me hizo volver a "aquellos maravillosos años" cuando me tocaba "¡¡¡Tarde de super con mami!!!"; y un beso para, mi Yolandita, quien alguna vez llegó a sentarme por un bajón de azúcar, en una de estas tardes. Recordar es volver a vivir!!!!....
....Hasta la próxima!!!

2 comentarios:

Wilhelm Storitz dijo...

La foto de Tía Yolanda fue bastante elocuente, y el periódico El Siglo, que fue el que le dedicó la portada en la Sección Económica, si mal no recuerdo, no podía dejarla pasar. Portada, dicho sea de paso, que tenía guardada hasta hace unos cuantos años, y que se perdió por las malas artes limpiadoras de Doña Tamara que, en un día de inspiración no bien dirigida, confundió una enorme caja atiborrada con recortes de periódicos de todo tipo (tenis, baloncesto, Avistamientos de OVNIS, apariciones de fantasmas y todo lo que un muchachito curioso pudiera guardar), y terminó en el tacho de la basura un día en que no estaba en la casa.

La verdad es que ese carrito adicional de carnes es algo que siempre está en mis conversaciones, porque más de una vez acompañé a la Tía al Nacional de la 27 siendo testigo presencial del hecho, beneficiándome también de esa explosión de churros, que creo que en esa época estaban a diez centavos, o sea, diez por un peso.

Te agradezco la discresión cuando dices que la compra era apenas para cuatro adultos y tres niños, creo, porque la realidad era muy distinta. Recuerda que esa Casa de la Lincoln era el punto de reunión, era lo más parecido a la casa que construyeron los Buendía al fundar Macondo a la orilla de ese río de aguas diáfanas de la novela del Gabo. Sus puertas siempre estaban abiertas, en el sentido de que en cualquier momento se podían recibir visitas, sin contar a los que prácticamente vivían en ella aunque no amanecieran entre sus paredes (por esto las gracias por la discresión), entre los que necesariamente me tengo que incluir. En la cabeza de las tías no podía caber la idea de que llegara alguién y no hubiera comida caliente y suficiente en las ollas. El resultado era que mucha de la comida del almuerzo quedaba intacta para cenar, y teníamos que pasar por ¨la dura¨ tarea de hacerle el favor a la carne de res en cuadritos (se me hace la boca agua con solo escribirlo), por ejemplo, acompañado del mejor mangú que he tenido la suerte de saborear, para que no se vaya a quedar, cosa que me encargaba personalmente de que no tuviera lugar.

Te agradezco estos recuerdos, porque ciertamente que recordar es vivir.

Anónimo dijo...

ayyy Mari como me emocione leyendo tu escrito sobre tus aventuras en el super con dona Yolanda!! la verdad es que yo siempre he querido mucho a tu familia, Lourdita es como una hermana para mi, pero a traves de tus escritos ya me siento parte de ella! jeje que Dios te bendiga ese don!

Karina Cabral