sábado, 18 de abril de 2020

En tiempo de cuarentena...


Estar confinada es muy duro, no porque no pueda salir, ni siquiera porque no puedo ver a los míos, a esto último estoy mas que acostumbrada a base de tiempo y distancia, si ahora hablo y los veo más en cuarentena, que fuera de ella. ¡¡¡Gracias tecnología!!! Estar confinada es duro por todo lo que me encuentro y veo fuera. Es increíble la sensación de encierro que tengo precisamente cuando salgo de mi casa al mundo supermercado, que es hasta donde puedo viajar. Llegar y ver las filas, las mascarillas, los guantes; un seguridad en la puerta indicando cuándo puedes pasar; una persona desinfectando el carrito que vas a coger al entrar y el que dejas al salir; policías haciendo controles en la carretera, preguntándote a dónde vas, por qué a ese supermercado y no al otro. En treinta años de carnet de conducir nunca me habían parado, hasta hace unos días que iba, creyéndome libre, a comprar para el fin de semana. Es ahí cuando noto el encierro, cuando me agobio, cuando me falta el aire, cuando me cae la loza encima, cuando se me oprime el pecho y siento que me ahogo. Porque mientras estoy en mi casa me muevo con libertad, sin miedo a tocar a alguien, sin que nadie me mire como a una terrorista con una bomba alrededor del cuerpo.

El gobierno, por su parte, tratando de salir de esto con el menor número de víctimas posibles, y la oposición, utilizando esto para hacer una campaña asquerosa y ruin, según ellos preocupados por el pueblo. Mentira! No es el momento de hacer leña del árbol caído, ni de hacer campaña política. Si de verdad le importara, arrimarían el hombro y luego, cuando todo pase, pedirían explicaciones. No sé nada de política, ahora una cosa sí que sé y es que no quisiera estar ni siquiera un segundo en los zapatos de Sánchez. Porque esto nos viene grande a todos y el que diga lo contrario miente, o acaso alguien pensó o imaginó que la realidad superaría la ficción y que íbamos a ser los protagonistas de una película apocalíptica de Hollywood. ¿¿¿Alguien se lo imaginó??? Yo no. De hecho, hasta que no nos pusieron en cuarentena y el país se paralizó y el mundo dejó de girar creía que esto no era más que una gripe. Mis compañeras del último curso, todavía sin terminar, lo pueden confirmar. Porque ni en mis sueños más salvaje podía haber intuido algo así. Y es que si me siento y pienso en esto como si estuviera en un cine, digo que la hierba que se fumaron los guionistas era muy buena para imaginarse una situación como la que hoy estamos viviendo: EL MUNDO EN JAQUE POR UN VIRUS.

Las noticias falsas que andan por las redes no ayudan en nada, no hacen más que desinformar sembrando el miedo y aumentando la histeria que ya, de por sí, todos tenemos. Fake news que la gente se cree, bulos y mentiras que, entre desacreditar al gobierno y dar remedios que no van a ninguna parte, pone a la gente a no saber en qué o a quién creer. Yo por mi parte, he dejado de ver twitter y noticias veo las justas; los mensajes, vídeos y chistes fácil que me envían por Whatsapp los elimino sin ni siquiera abrirlos. Es mi manera de protegerme y de no volverme loca.

Sin embargo mi fe en la humanidad no está del todo perdida. La otra cara de la moneda me ha confirmado lo que siempre había sospechado: hay mucha gente buena en el mundo, lo que sucede es que la bondad no es noticia. Ver al que toca el violín, el piano o la guitarra salir a su balcón a tocar para acompañar al de al lado, y al cantante de opera, pop o copla dar un recital para deleite de los vecinos, me hace seguir confiando en nosotros los humanos. Cantantes haciendo directos y actores haciendo el payaso en las redes, todo para hacer más llevadero este confinamiento. Se nos despertó la creatividad, la empatía. Nos dimos cuenta de que teníamos vecinos y los conocimos y ahora, cuando no podemos compartir es cuando más compartimos. Padres e hijos haciendo tiks toks, vídeos, jugando… Y que decir de los aplausos, aplausos que yo extiendo a policías, bomberos, personal de supermercados, personal de limpieza, transportistas, carteros, butaneros... Todos en primera línea de fuego, a pesar del miedo.

Me gusta mi casa y me gusta quedarme en ella; disfruto mucho tener a los míos revoloteando al lado. Verlos reír, discutir, reñir. En casa siempre encuentro algo que hacer. Estar quieta no se hizo para mi. En un día puedo tejer, hornear un bizcocho, leerme algunos capítulos de un libro, escribir algo que nunca verá la luz y todavía me queda tiempo para ver algo de televisión. Ya me vi dos series completas, varias películas; terminé un libro, y estoy terminando otro; el hilo de tejer se está agotando y los proyectos que he comenzado, en mi afán de avanzar con la Navidad, han quedado por la mitad y ahora tengo muchos muñecos a medio tejer que me recuerdan mucho al vecino de Andy, el de Toy Story. El horno lo voy esparciendo, porque ya los vaqueros me cuentan que me estoy pasando. No encuentro tiempo para aburrirme. Tampoco me siento a esperar que ese tiempo llegue. Hay cosas que por supuesto me hacen falta, decir lo contrario sería mentir: arrancar el coche y conducir hasta el super con mi familia; ver los niños en los parques y ver, con asombro, los bares llenos. Mirar a la gente sonreír, saludarse con dos besos y hablarse de cerca. Poder tocar sin guantes. Volver a ser libre fuera de casa. Vivir sin miedo, que suena a serie de Telecinco, y que ahora es nuestro principal objetivo.

No entraré en el aspecto económico, porque eso da para mucho y tengo la certeza de que nos tocará reinventarnos; cosa que he hecho tantas veces a lo largo de mi vida, que a veces ya no me reconozco a mi misma. Espero que el mundo vuelva a girar y que todos seamos capaz, sobre todo yo, de reconocer a la persona en la que nos hemos convertido en este viaje. Porque si algo tengo claro es que la persona que entró en cuarentena hace 37 días es diferente a la persona que soy hoy y a la que seré al final de todo esto

lunes, 13 de abril de 2020

Un besito más...




Otra vez ese círculo en el calendario. En rojo. Círculo que nadie ve. Solo yo.

Otra vez ese recordatorio invisible recordándote lo que de ninguna manera puedes olvidar. Porque lo llevas grabado a fuego en la memoria, en el alma. 

13 de abril de ausencias.

13 de abril de pérdidas.

13 de abril de vidas que terminan y vidas que empiezan.

13 de abril de dolor y dicha

13 de abril de llanto y lágrimas.

13 de abril: muerte y vida; vida y muerte. 
 
En algún lugar leí que en la otra vida, esa de la que hablan los cristianos, te quedas de la misma edad en la que partes. A mi me gusta pensar en ti grande, adulto, con canas y algo de arrugas. Me gusta pensar que, como nosotras, también creciste y que, como nosotras te convertiste en un gran profesional. Te imagino médico altruista, bombero de los que rescatan gatitos de los árboles, abogado de causas perdidas, policía de esos que ganan medallas por su gran labor contra el mal o veterinario de los recogen perritos callejero, de los que ponen vacunas gratis. Cualquier cosa que consista en ayudar a los demás. 

Otros dicen, que cuando mueres, reencarnas en otra persona. Otros que nos convertimos en energía. Me cuesta creer una y otra, porque te cuento que con el tiempo me he vuelto agnóstica. Mas bien, con el tiempo he terminado creyendo en todo y no creyendo en nada. Culpa de los vivos, que me han enseñado que hay más gente practicando el amor al prójimo fuera de las iglesias que dentro de ellas. 

Yo, por mi parte te busco en todos nosotros y te he encontrado en tus sobrinos, son cinco, sabes, y yo te veo en el carácter  tímido pero fuerte que tienen todos; en la paz que transmiten, unos más que otros, todo hay que decirlo; en las expresiones de la cara; en esa inteligencia que les lleva a dar respuestas que solo un alma vieja puede dar, así como las dabas tú, con tus razonamientos de persona adulta. Todos tiene tu mirada y tu sonrisa y todos tienen esa alma noble que tú tenías; los cinco son hermosos por dentro y por fuera. Se ve que tus hermanas estamos haciendo un buen trabajo. Cuídamos una de otra y papi y mami, que ya están para dejarse cuidar, cuidan de nosotras. Nos siguen viendo como niñas chicas, porque para los padres los hijos nunca dejamos de ser pequeños. Ahora que soy madre de dos adultos puedo confirmartelo. 

Te imaginas tú con nosotras??? Vaya cuarteto hubiesemos formado!!! Un cuadrado perfecto. Cuatro patas de una mesa, sosteniéndola, equilibrándola...
 
Sé que no querías marcharte.
Sé que te querías quedar.
Donde estés un día iré a visitarte
Solo guárdame un besito más.
- Estrofa de la canción un besito más de Jesse y Joy-

viernes, 10 de abril de 2020

En tiempo de coronavirus.



Ayer hable con mi madre. Con esto del confinamiento hablamos todos los días con las dos partes de la familia: madre y suegra; suegra y madre. Unas veces solo llamadas y otras videos llamadas. Creo que en este último mes hemos hablado más que en los últimos quince años, eso que siempre hemos mantenido una buena comunicación a pesar de lo lejos que estamos. 

La conversación era más o menos la misma de siempre, que dependiendo de cuál de las madres llame, unas veces empieza “Tán durmiendo???!!!” y otras “Oh, mija, en qué tan…¿Ya comieron?” No importa la hora del día que sea, ese es el inicio de la llamada, luego de yo decir “hola” de este lado del teléfono. Después de quince años, ya no intento explicarles en qué hora estamos aquí si allí son las ocho de la mañana o las cinco de la tarde. 

A partir de ahí la conversación puede ir por diferentes derroteros. Unas veces hablamos de los niños, otras veces del menú, algunas veces de lo que nos duele, muchas veces de la economía. En estos días el “trending” es cuarentena y coronavirus, con lo cual la llamada de mi madre termina, cito: “…bueno, mi hija, no salgan a ninguna parte…” Yo me quedo analizando la orden, advertencia, consejo y suplica y me digo a mi misma: mimisma y para dónde vas a ir, si hasta para ir al supermercado parece que tienes que ir dando explicaciones. 

Ayer, como otras veces, la conversación siguió unos de esos cursos que a mi me sacan muy de mis casillas. Mi madre me preguntó, reproduzco conversación:

- ¿Qué hacen? 
- Acabamos de comer 
- Ay aquí todavía no hemos comido (por supuesto, porque allí eran las nueve de la mañana. Pero como dije antes, es algo que ya ni para que explicar) 
- ¿Y los muchachos? 
- Ahí están. Maru abajo con Toby y Jose en la cocina con su papá 
- ¿Y Flobre? 
- En la cocina. 
- ¿Qué hace? 
- Fregando 
- Y quién cocino 
- Flobre. 

A partir de este momento la conversación se había vuelto en contra mía. Flobre cocinando y Flobre fregando es algo que se escapa totalmente de la imaginación de mi madre. Ya aquí, mis pelos estaban crispados, mis latidos se habían acelerado y se me había metido ese calor en la nuca que siempre, SIEMPRE presagia malas respuestas.

Hay cosas que no dejan de superarme, a pesar de los años, de las canas y la madurez. Primero, el tercer grado al que me someten, una u otra, cada cierto tiempo; segundo, el momento en el que me convierto en una abusadora porque mi marido está en la cocina haciendo algo que a él le gusta y a mi en cambio me gusta más bien nada. Soy más de obrador, de masas, harinas, bizcochos, “…pero eso no se hace todos los días, cocinar sí, y el pobre siempre que yo llamo está cocinando…” Casi le respondo, coooooño, pues llama a otra hora, cuando él este durmiendo y yo tejiendo, por ejemplo!!! Pero claro, me imagino que tejer tampoco cuenta, porque al igual que la pastelería es un hobby, mientras que la cocina viene siendo una obligación. Por toda respuesta dije “mami, aquí las tareas están bien repartidas hace años…” 

Pues mira tú por donde, hoy el almuerzo lo hago yo. Claro que esto no contará, porque son tres elaboraciones contadas las que yo tengo a bien hacer: uno, la tortilla de patata, que es lo que toca hoy “porque tú eres que sabes darle la vuelta”; dos la lasagna, “porque tú eres que sabes hacerla”; tres, arroz con pollo “porque como a ti te queda no le queda a nadie” y últimamente el pan tumaca “porque tú eres que le das el toque”. 

Ya ves tú que difícil es hacer estos platos, sin embargo, el cocinero designado en mi casa le gusta que sea yo quien los haga. Así como yo prefiero que sea él que haga las pastas, legumbres, carnes y arroz,
Que yo puedo cocer unas legumbres, sí; que me queda bastante bien la carne guisada, también; que si tengo que hacer arroz o pastas, los hago y lo saco con notas, por supuesto, pero prefiero que los haga él, porque como a él  no le queda a nadie. 

Él también tiene elaboraciones dentro de mi área que se le dan mejor que a mi; el pan de maíz, por ejemplo, es algo que nunca he hecho, porque prefiero que lo haga él, y no porque yo no sepa hacerlo, si no porque a él le queda mejor. Pero esto, como el asunto de la diferencia de hora, tampoco vale la pena explicarlo. Me saca la piedra, pero ya ni enfadarse es bueno, porque hay cosas que nunca van a cambiar. 

Hoy, después de cocinar, le saqué una foto a las tortillas y se la envié con una nota que dice: MAMI, HOY COCINÉ YO. Esperé, teléfono en mano y con más nervios que en la universidad, el resultado de ese examen. Porque tengo que decirlo, nunca he tenido profesor más exigente que esa mujer que me cosió las alas y me empujo a volar. La llamada llegó. Primero confirmó con Flobre que la tortilla la había hecho yo. Sí, le dio trabajo creerlo. Luego de confirmarlo, me felicitó porque “…esa tortilla. Te quedó muy linda. Ya a mi no me quedan así…” ¡¡¡Había pasado el examén!!!

Por un momento pensé que me iba a preguntar cómo la hacía, a lo que iba a responderle como te vi haciéndola toda la vida. Y es que, y aquí viene lo bueno, mi madre muy cocinera no es. Creo que yo, a pesar de lo que ella cree o se imagina, cocino más y mejor que ella, porque me atrevo con más platos. Ahora hay dos cosas que a esa señora se le dan de lujo: uno la tortilla española, que no consigo que me quede como a ella y dos, el pudín de pan, que no ha sido superado por ninguno que yo haya probado, incluyendo el mío. Recuerdo de pequeña, cuando la vida era simple, sentarme con ella a “ayudarla” unas veces a batir los huevos para la tortilla y otras veces a cortar el pan para el pudín de pan. 

Estas llamadas diarias me dan la vida. A veces nos reímos, otras veces discutimos. Muchas veces ella se desahoga y yo escucho, otras ella pregunta y yo le contesto. Me hacen sentir como cualquier día cuando yo iba a casa de mis padres, que según como soplara el viento, terminábamos la fiesta en paz o enojadas una con la otra...

...Igual la cuarentena me pone nostalgica. Igual no.