jueves, 1 de octubre de 2009

La herencia de mis padres

La herencia que me dejaron mis padres, será la herencia que les dejaré a mis hijos. Mas que una herencia es un legado. Mis padres me dejan: una buena educación, y cuando hablo de buena educación, no me refiero a haber estudiado en el mejor colegio y en la mejor universidad; esto es solo un complemento. Porque es que ser educado no es tener las paredes llenas de títulos. Ser educado es saludar al llegar, dar las gracias, respetar y cuidar a nuestros viejos, no tocar lo ajeno, pedir disculpas cuando hemos cometido un error, pedir permiso al pasar, respetar al prójimo sin importarnos ideologías políticas o religiosas, sin importarnos su color de piel o su equipo de fútbol favorito. Es que ser educado no es un título que podemos obtener en un centro educativo, es el título que nos dan nuestros padres. Esta es la herencia de la que les hablo, ese es el legado que quiero dejarles a mis hijos. En esta entrada me apoyaré en unos artículos que escribe Alexis, el papá de Gabriela, una compañerita del cole de Ma. Eugenia en Santo Domingo.

De lo primero que les hablare, es de mi papel de madre. Soy la madre de mis hijos, no su amiga: los educo y les riño como su madre, les hablo y les aconsejo como su madre y los abrazo y los beso como su madre. Por esto, a veces soy la mas buena y la mas guapa; otras soy la peor persona del mundo.

Recuerdo una ocasión, siendo Ma. Eugenia muy pequeña, apenas sabía hablar, yo le había reñido por algo que hizo mal, ella me dijo: “yo soy un regalo de Dios, y tu no puedes maltratarme, porque Dios no quiere que me maltrates, Dios quiere que me quieras y me cuides, para eso Dios me regaló a ti”. Tenía apenas tres años cuando me dijo estas palabras. Yo me quedé mirándola, primero asimilando lo que esa niña de apenas tres años estaba tratando de hacer, manipularme con las palabras que yo le decía desde que era un feto: “Eres mi regalo, el regalo que el niño Jesús me envía por adelantado. Eres mi muñeca que Papa Dios me regaló para yo jugar con ella”. Luego de asimilarlo le respondí: “Si, es cierto que Papa Dios me dijo que eras un regalo y que tenía que cuidarte; pero también me dijo: este pequeño regalo que te doy es para que le cuides y le protejas; pero tienes la misión de sacar algo bueno de ella; tienes que lograr que sea una persona de bien”.

Desde entonces, mis hijos, han tratado de manipularme mas de una vez: “me voy de casa y no vuelvo mas”, la mami que les saca afuera con lo puesto y dejándolo fuera le cierra la puerta; “voy a hablar con la trabajadora social para buscar una mama mejor”, la mami que le lleva al día siguiente a la puerta de la trabajadora social y le dice que le toquen para que entren a hablar con ella; “eres la peor mama que pude tener”, la mami que responde “pues te jorobas, porque aún después que me muera, continuaré siendo tu madre”; y así infinidad de cosas que tratan de hacer, como hijos, para manipularnos a nosotros, sus padres; está de nosotros dejar que lo hagan.

Otro punto es el tema de esas “tonterías”, como son sacapuntas, lápices, borras, reglas, etc., que aparecen en las mochilas de nuestros hijos, que nosotros no les hemos comprado y a la que les damos poca o ninguna importancia; esas “tonterías” que con los años y la edad, se convierten en los grandes desfalco a los bancos. Me pueden llamar exagerada, pero en algún momento empezamos a torcer las ramas. Esto me lo hizo entender mi madre, cuando tenía yo alrededor de nueve años.

Recuerdo que mi madre regresó de trabajar y encontró entre mis útiles escolares un sacapuntas amarillo, de plástico, de estos de “para tirar, luego de usar una vez”; me preguntó, dándome el beneficio de la duda: “¿De dónde sacaste esto, Teresa?, Yo, creyendo engañarla, le dije: “es mío, tu me lo compraste”; vuelta a empezar: “Yo no te compré esto, ¿qué de dónde lo sacaste? Yo sin otro remedio, confesé y le respondí que se lo había cogido a una “amiguita” sin que se diera cuenta. Les aseguro que, en ese momento, habría preferido tres correazos a lo que vino luego: Se le desorbitaron los ojos, se le enrojeció la cara, se le saltó la vena aorta, y casi, casi echo espumas por la boca y encorvándose hasta colocar su cara frente a la mía y marcando con el dedo índice cada sílaba, me dijo:

“¡¡¡¡QUE SEA LA ULTIMA VEZ, LA ULTIMA, ME ENTEDISTE!!! QUE SEA LA ULTIMA VEZ, MARIA TERESA DIAZ VAZQUEZ, QUE TU HAGAS ALGO COMO ESTO. ¡¡¡ESO ES ROBAR!!! Y EL QUE ROBA ES UN LADRON. SI USTED COGE UN ALFILER, UN ALFILER QUE NO SEA SUYO ESTA ROBANDO. Y EMPEZAMOS ROBANDO UN ALFILER Y TERMINAS ASALTANDO UN BANCO. ESCUCHASTE LO QUE TE DIGO, NO LO VUELVAS A HACER, PORQUE NO SE LO QUE PUEDA SUCEDER. Y ¡¡¡MAÑANA VAS, LO DEVUELVES Y PIDES DISCULPAS, Y QUE NO ME ENTERE YO QUE NO LO HICISTE, PORQUE YA TE ENTERARAS TU!!!!” .

No tengo que aclarar, que después de esto, soy incapaz de llevarme un clip de la oficina sin sentir que soy una ladrona vulgar y corriente. Como madre me toco vivir un momento similar a este con Ma. Eugenia; hacía poco que habíamos llegado a Asturias y vivíamos, aún, en la aldea donde nació mi padre; mis tíos vivían mas abajo y siempre íbamos de visita en las tardes. Una tarde, ya en la casa, me doy cuenta que Ma. Eugenia tiene unos céntimos en la mano; le pregunte que de dónde los había sacado, y como entonces respondí yo, me contestó ella: “son míos, tu me los diste”; volví y le dije: “NO CARIÑO, YO NO TE LOS HE DADO, DIME ¿DE DÓNDE LOS SACASTE?”; ella me contestó que los había tomado de la mesa del comedor de la tía Mily.

Se hizo un remake de aquella situación, y como todo remake que se respete los personajes cambiaron; ahora aquella niña era la madre y la niña era mi hija. Y con la misma reacción de mi madre, los ojos rojos, la vena aorta a punto de estallar, tirando espumas por la boca, y con sus mismas palabras, reprendí a mi hija; al otro día tocó bajar a la casa de la tía, tocó devolver los céntimos, tocó pedir perdón y tocó hacer una promesa pública de que no lo volvería a hacer.

Hoy yo soy la mala, porque hoy yo soy la mama. Un día, yo no entendí a mis padres, pero les aseguro que les agradezco cada castigo, cada riña, cada tortazo, porque hoy soy lo que soy, gracias a ellos. Estamos en la época en la que hay que tener cuidado en la manera de corregir a nuestros hijos, porque pueden “quitárnoslo” si les pegamos; Y así va el mundo, los niños son unos malcriados y nunca mejor dicho, y los adolescentes son insolentes, no respetan ni a sus padres, ni a sus viejos. ¡Ojo!, No quiero que confundan corregir con maltratar; no me gusta pegar, no voy de acuerdo con esta forma de educar, pero si tengo que propinarles un tabanón para educarles, les aseguro que se los daré; como decía una profesora que tuve: “mas vale un bofetón a tiempo, que veinte a destiempo”.

El legado que les dejaré a mis hijos es el que me dejaron mis padres a mi: los haré persona de bien, me cueste lo que me cueste. Solo espero que ellos hagan lo mismo con sus hijos.

Para mi Maruchi y mi Jose. Les quiere mucho, Mami.