Mi vida, como la de todos, esta llena de recuerdos, algunos buenos, otros no tantos. Hoy, mientras mirábamos la tele, nos entró frío y nos tiramos las mantas encima; esas mismas mantas que hace mas 20 años tejió mi abuela. Recuerdo claramente verla muchas tardes, sentada en su enorme mecedora de cahoba, frente al televisor del comedor con sus dos agujetas, haciendo magia con las madejas de hilos de lana; quien iba a mi a decirme, que esas mantas que ella se sentaba a tejer todas las tardes, con toda la paciencia que este tipo de oficio conlleva, me quitarían el frío del duro e inclemente invierno, 20 años después y a miles de kilómetros, en el tiempo y en la distancia, de aquel lugar.
Me las traje en el verano del 2007, cuando estuvimos de vacaciones, y, sin preguntarles a mis hermanas, por temor a que no estuvieran de acuerdo las metí en mis maletas, porque estaría segura, que el calor de sus hilos y las manos de quien las tejió me protegerían del frío de esta tierra.
Ahora, cuando tengo frío y me arropó con ellas, siento como si su cuerpo me abrazara; vuelvo a ser aquella bebe que ella sostenía en sus brazos para darle de comer; o la niña a la que sentaba en sus piernas y le cantaba canciones y le contaba historias fantásticas; o la adolescente rebelde, a la que le llevaba cada tarde a su mesa de estudio un vaso de leche, para que no fuera a enfermarse.
Son tres mantas, más largas que anchas, y de varios colores, no sé si están bien hechas o no, para mí no hay mejores y mas guapas en el mundo; en casa, todos nos peleamos por ellas: Flobre dice que las tejió su abuela para quitarle el frío, mis hijos dicen que las tejió su bisabuela para que ellos no pasarán frío, y yo sólo digo que las tejió un ser muy especial que siempre ocupará un lugar especial en mi corazón…..
Hasta dentro de nada.
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