En ese entonces vivíamos en la Calle Altagracia, No. 1, encima de la Ferretería Americana de la Av. Mella. Era un apartamento enorme, y ahí nacieron mis tres hermanos; recuerdo sus escaleras, que iban dando vueltas hasta llegar arriba, acompañadas de descansos, para poder tomar aire antes de seguir subiendo peldaños. Cuando llegabas al final, te encontrabas a la derecha con una enorme puerta que daba al inmenso patio, y a la derecha veías un pasillo largo que te llevaba a la casa; por el pasillo te topabas con algunas habitaciones a la derecha: la de Dignorah, nuestra nana, era la primera de todas y luego veías la habitación donde estaban nuestros juguetes, muñecas y peluches; a la derecha habían muchas ventanas que dividían el pasillo de lo que hoy yo llamaría el family room, pues era una terraza, patio, comedor, donde estaba la tele, y el equipo de música. Al final del pasillo estaba la habitación de mis padres, y comunicandose con esta, la que fue nuestra habitación, y que luego pasaría a ser la habitación de Eugenito, decorada cuidando todos los detalles, para el varoncito de la casa. A la derecha de la habitación de mis padres, puerta con puerta, había una pequeña sala, que luego se convertiría en la habitación de las niñas, hermosamente decorada con cubrecamas y cortinas en rosa, diseño de la tía y de la abuela y paredes llenas de peluches y muñecas de colección. Al lado de está habitación estaba el baño, del cual hoy me acuerdo perfectamente: tenía una ventana y la bañera estaba a la derecha de la puerta, entre la bañera y la puerta, estaba el closet donde se guardaban el papel de baño, pasta de dientes, medicamentos, maquillaje de mi madre y donde, también estaba el calentador, al otro lado, y en este mismo orden, estaban el lavamanos, la taza del baño y el bide; la puerta del armario era un enorme espejo, el cual nos acompañó hasta hace poco en cada una de las mudanzas. Las habitaciones de mis padres, la nuestra y la de Eugenito, estaba rodeada de un balcón que daba parte a la Av. Mella, parte a la Calle La Altagracia, y al cual no nos dejaban salir porque eramos muy pequeños. Desde la habitación de mis padres y de Ninin, podías acceder al salón, donde había un juego de muebles super guay de color rojo; desde este salón podías acceder a la cocina y a la terraza, y a él podías llegar, además, por el enorme pasillo, girando a la izquierda, justo antes de darte de narices con la puerta de la habitación de mis padres. La cocina también tenía lo suyo, era grande y larga, dividida en dos, por una puerta, en una parte estaba la estufa y un fregadero, y en la otra estaban el frizer y la nevera, otro lavadero y una gran meseta donde habían toda clase de electrodomésticos. El patio era enorme, o por lo menos así lo recuerdo, una parte de él daba a la calle y el otro estaba bordeado por una gran vaya que nos dividía de otra dos casas, en una de la cuales vivió mi padre de soltero; si salías a la terraza por la cocina, te encontrabas con un baño a la derecha, y una habitación donde solía dormir algunas de las muchachas que trabajaron en mi casa. El patio estaba separado de la terraza por una enorme reja de color negro, como dije antes, era grande, y en el estaba el lavadero, donde teníamos la casa del perro; frente al lavadero, estaban los tanques de gas, las bombonas de agua y el enorme cajón, que era el ventilador del aire acondicionado de la ferretería, que nos quedaba justo abajo.
Así era mi casa, nuestra casa, donde éramos los Díaz Vázquez, y dónde estaban todas nuestras cosas, juegos, discos, muebles, etc.; en ésta sentía llegar la navidad, y desde su balcón podía ver el desfile de reyes; si gritaba lo suficientemente fuerte, mi madre podía escucharme, pues trabajaba en la ferretería, cuyo techo era nuestro suelo....
Un día salimos, como cualquier otro rumbo al colegio, era viernes, y había entrega de notas y reunión de padres en la noche. Del colegio nos fuimos a casa de la abuela, y al final de la tarde, Angie insistió tanto en que nos dejaran a dormir con abuela, que terminamos durmiendo las tres niñas con ella, vivíamos muy cerca, pero la debilidad de mi hermana era estar en casa con la abuela; recuerdo, haber hablado con mis padres, desde el teléfono que estaba en la mesa de noche de la habitación de abuela, y haberle preguntado, cómo me había ido en las notas, estaba yo en quinto de primaria y no sé yo porque estaba especialmente preocupada por mis calificaciones, hablé con ellos y me dijeron que estaba todo bien, nos despedimos y marchamos a dormir, mis hermanas y yo.
Al levantarme, al día siguiente, salí de la habitación y me senté en una mecedora en el salón de la casa; la mecedora estaba perpendicular a la galería, miré hacía afuera, y vi una enorme nube de humo negro, pensé, algo se quema ahí afuera; no había movimiento en casa de mi abuela, salí a la terraza a ver que pasaba, entonces vi a la muchacha que estaba trabajando en casa, y a mi hermanito, me senté en la mesa sin entender bien lo que estaba pasando, mas tarde llegó mi padre, y nos dijo: "Nuestra casa se quemó"; realmente, había entrado en llamas la ferretería mientras ellos dormían; les avisó una persona de la zona, que al ver lo que estaba pasando les gritó, les despertó y pudieron salir rápidamente; a esa hora todavía no sabían los daños que habían, pero recuerdo escucharlo comentar, el alivio que sintió cuando vio a nuestra perrita, que había sido rescatada por los bomberos, después de haber sobrevivido a las llamas y al humo, a él con las prisas de avisar a la muchacha que dormía en su habitación y tomar en brazos a Eugenito, se les había quedado olvidada arriba; en ese momento caí en la cuenta de que Rinita, nuestra perrita, andaba dando vueltas por la casa de mi abuela.
Lo que vino después es todo muy confuso, la casa de mi abuela se llenó de gente, Dignorah, la persona que nos había cuidado, había llegado desde su pueblo para ayudar, pues ya hacía tiempo no trabajaba con nosotros; cuando pasó todo, y las llamas y el calor habían pasado, permitieron a mis padres subir a ver su casa. No puedo decir que la casa se quemó, pues todo estaba intacto arriba, con olor a quemado, y castigado por el calor y el humo, pero no ardió nada dentro; todo quedo chamuscado, nuestros juegos, nuestros muebles, por más que lavaron y lavaron, nada volvió a ser como antes. Cuando nos dejaron, a nosotros los niños, subir arriba, pude ver cómo había quedado todo, se podía oler el humo, y el suelo de nuestro patio estaba agrietado y levantado, al igual que el patio de la vecina, cuya casa también había sido afectada. A mis padres entonces, les tocó guardar su vida en cajas, cargar sus muebles y sus sueños, meterlos en una habitación en casa de mi abuela y mudarse con sus hijos allí, hasta que pudieran encontrar un lugar donde vivir. Tengo que decir, que en mis recuerdos guardo una tormenta y un temblor de tierra, que se sucedieron uno o dos días después de este incendio; pero ya estos son mas que borrosos, sólo recuerdo estar sentada sobre la cama en la habitación que seria la de mis padres, en casa de abuela, creo que llovía a cantaros, y creo recordar sentir el temblor de tierra.....pero de esto no puedo dar fiel testimonio.
Este fue el primer día del resto de nuestras vidas, porque a partir de aquí, nada volvería a ser igual, porque, luego, la historia se complicaría un poco mas....
El incendio sucedió el 2 de noviembre del año 1979, justo dos meses después de que el Ciclón David azotará a la República Dominicana el 29 de agosto del mismo año. Al año siguiente, en 1980, al finalizar la Semana Santa, le diagnosticaron la leucemia a Eugenito. Creo que las fechas van así, si estoy errada en alguna de ellas, por favor me lo hacen saber.
De cómo una niña de 10 años vivió aquellos días en la vida de los Díaz Vázquez. Hasta la próxima.....
2 comentarios:
A la verdad que tu capacidad para transmitir esos momentos especiales en tu vidad, nos sigues sorprendio gratamente,
Te quiero mucho......
sigue asi..............
Tu Marido
Las memorias que tengo de esa casa son algo más que brumosas. Recuerdo que muchas veces, siendo todavía muy pequeño, papá me llevaba a la Ferretería. Y en el Almacén de Madera esperaba hasta cierta hora para poder subir. En la mayoría de las ocasiones terminaba en ruta a la Santomé de la mano de Samaná siempre con una funda de yaniqueques que me compraban en la esquina. Las otras veces, las menos veces, subía a esa cúspide que guardaba tu casa como si fuera un secreto.
Sólo tengo destellos de pedaleos incesantes en aquellas bicicletas lilas con canastas blancas delante, entre sábanas que colgaban de los cordeles buscando secarse con los rayos del sol que a esa altura llegaban como nuevos. Veo también a Ita, apenas un bebé, mientras le daban un baño en lo que hasta ahora creo que era la cocina, de lo que no estoy tan seguro, después de tanto tiempo los recuerdos pueden ser engañosos. Nos recuerdo contando cepillos en la esquina de un balcón que daba a la Mella. Me veo empinado, me imagino que ayudado por alguien, tratando de ver a papá en la puerta del Almacén de Madera. Siento ráfagas de una discusión que tuvimos, en la que yo, con esa imaginación de niño dispuesto a creer lo increíble, insistía en que Sansón, Hércules y Robin Hood eran personajes reales y que por supuesto todavía vivían, y que no teníamos contacto con ellos porque radicaban en el interior del país (sé que te especifiqué las provincias).
Del día del incendio mis recuerdos se limitan a unos pocos comentarios de papá cuando llegó a la casa y a una caja con un estetoscopio y otros enseres médicos de juguete que pudo sobrevivir, algo chamuscado, a la voracidad del fuego.
Sería bueno que mencionaras el año del incendio, si es que lo recuerdas.
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