lunes, 18 de junio de 2012

Verano del 90


Todos tenemos una época, un verano, un año el que recordamos y nos hace esbozar una pequeña sonrisa. Ese momento, ese recuerdo, esa época que ilumina el rostro cuando lo recuerdas.  

Cuando paso revista de todos mis años, veo que hay muchos momentos realmente especiales: el año en el que viaje con mis padres a España a conocer a mi familia paterna; cuando las primas fuimos en un gran viaje a Disney World, que aunque estuvo salpicado por una pequeña riña de niñas caprichudas, no deja de ser uno de las semanas mas emocionantes que recuerdo; el año en el que salí del colegio, porque significaba la libertad, un nuevo capítulo, una nueva etapa; el año de mi noviazgo y de mi preparación de boda, fue particularmente especial, porque fue escribir, ya no un nuevo capítulo, sino empezar un nuevo libro. 

Creo que mis años están llenos de pequeños momentos, porque, en sentido general, pienso que he sido muy feliz a lo largo de toda mi vida y que tengo muchas grandes y especiales épocas dignas de ser recordadas y contadas. Pero el verano del 90 fue como llegar a un nuevo mundo, entrar a una nueva etapa. Era como volar, era la libertad; fue descubrir los amigos que me acompañarían durante gran parte de mi vida. Recuerdo los domingos en la piscina del club, divirtiéndonos como niños pequeños, pasándola como enanos. Fuimos cada domingo de aquel verano, y la verdad es que no hacíamos mucho mas que bañarnos, comer club sándwich, tarta helada o sándwich de helado, beber piña colada, fruit punch, Coca Cola o Seven Up y hablar tonterías, pero en esos momentos éramos tan libres e inocentes; no había malicia, no habían malas intenciones...éramos eso: amigos. Aunque de esos amigos salió el que me acompañaría toda la vida, el que estaría junto a mi “hasta que la muerte nos separe”. No sin duda digo que serían los amigos que me acompañarían durante gran parte de mis días. Las tardes en mi casa también eran especiales, nos sentábamos largas horas en la galería, escuchábamos música, jugábamos y hablábamos; en algunas ocasiones llegaban mis primos y se mezclaban con nosotros y otras veces salían los planes más súper mega emocionantes: ir al cine o salir a cenar comida chatarra. Vuelvo a decir, no había malicia, no teníamos Tuitter, ni facebook, tampoco teníamos celulares, sólo nos teníamos unos a los otros, nuestro tiempo y el deseo de pasarla bien con cualquier tontería. 

Aquel año cambié de universidad, un nuevo reto, una nueva oportunidad, porque con la primera no había dado “pie con bola”, y en mi cambio me lleve a mi mejor amigo, hoy mi querido esposo. Juntos decidimos iniciar ese nuevo camino, como años mas tarde decidimos iniciar el camino al altar. 

Verano del 90, sin duda uno de los mejores veranos que recuerdo, al que me gustaría volver de vez en cuando por la sensación de libertad, amistad e inocencia que encierra... 

Estoy de vuelta y espero quedarme, hasta la próxima...

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