martes, 17 de noviembre de 2009

La navidad dominicana en familia.

Ya se acerca la navidad, y no hay nada como vivir estas fiestas con la familia, creo que nunca me acostumbrare a estar lejos de los míos para esta fecha. Aquí la pasamos bien, no puedo decir que no, teniéndonos los cuatro, que mas podemos pedir. Pero si que se echa en falta el calor de la familia, las fiestas, la cena, las luces, los regalos.

Cuando empieza el mes de noviembre no puedo dejar de pensar, que mi país ya está en navidad, que mis calles están llenas de colores, luces y fiestas. Todos empiezan a prepararse para las fiestas y en las casas el árbol de navidad y el nacimiento ya son parte integrante de la familia. Y es que en Rep. Dominicana, la navidad llega pronto y se despide después de reyes. A los dominicanos nos gustan estas fiestas, y tal parece, que en esta época, olvidamos nuestros problemas por un momento y nos dedicamos solo a ser felices y a compartir todos como hermanos. No faltan las cenas de empresas, los aguinaldos, el ponche, el té de jengibre, los pasteles en hoja, el puerco en pulla, las veladas en el cole, y los niños vestidos de angelitos, pastores, Jesús y María en un nacimiento viviente que igual se repite año tras año, pero que emociona igual verlo. Da gusto pasear por las calles en este tiempo, porque en cualquier lugar donde vayas: bancos, ferreterías, jugueterías, centros comerciales, supermercados, etc. se respira navidad; en las calles suenan melodías navideñas desde muy temprano en la mañana, hasta muy tarde en la noche. Y es que, donde quieras que llegas, escuchas música y villancicos, y el país es una fiesta constante, desde principios de diciembre hasta mediados de enero.

En estos días suelo sumergirme en mis recuerdos y siento el sol tibio y la brisa fresca que sopla en esta época. Cierro los ojos y me voy al malecón, me subo a mi carro y dejo que el sol me pegue en la cara y que la brisa navideña me acaricie el pelo. Luego los abro y estoy aquí, con este frío que cala los huesos, me meto debajo de la manta y vuelvo a cerrar los ojos para soñar.

Recuerdo las navidades de mi niñez; sabía que había llegado, cuando en "La Opera", la tienda de enfrente de mi casa, comenzaba a sonar "el burrito sabanero", y cuando, de madrugada empezaban a sonar los martillos para construir los tarantines que llenarían las calles, dentro de poco, de uvas, manzanas, pera, frutos secos, fuegos artificiales y juguetes. Las calles comenzaban a oler a manzanas y pólvora, y la música y la alegría comenzaban a invadir los rincones. Ya empezaban a bajar los reyes, ya llegarían pronto las fiestas, y ya comenzabamos a escribir las cartas llenas de sueños e ilusiones. En el colegio no faltaban las veladas, yo siempre iba de pastorcita o angelito; recuerdo de manera especial aquella en la que mi hermanito Ninín, hizo de Niñito Jesús, no paraba de llorar, pero fue la mejor presentación de un nacimiento viviente que haya visto jamás en el cole.

Siempre he vivido esta época en familia, entre abuelos, tíos y primos. En vísperas de navidad, en casa de mi abuela empezaban los preparativos desde muy temprano para la cena: había que asar el cerdo, hacer los pasteles en hojas y los pastelitos; veía a mi abuelo llegar con las cajas de frutas, a mi abuela, pendiente de la comida, y a la tía Lourdes encargada de la limpieza y puesta a punto de la casa. Nosotros los niños, ayudábamos como podíamos, rindiendo en el medio para hacer el día un poco más deportivo. En la noche llegaban los tíos y los primos a cenar, y nos confundíamos todos entre música, comida, frutas y dulces. En estos día el tío José y el tío Toño, compraban fuegos artificiales y nos divertían a todos poniéndolos a explotar; a los niños nos daban los famosos "garbanzos" y las "patas de gallo", que eran los mas inofensivos.

Mis días de reyes también eran vividos de manera intensa y con mucha ilusión; el día cinco en la tarde íbamos con mi padre a Villa Duarte, a casa de la Tía Italina, a buscar la hierba para los camellos; a los reyes les comprábamos ron y cigarros para que descansaran un poco al llegar a casa, antes de seguir su recorrido; la cabalgata de los reyes pasaba por debajo de mi balcón, por lo que yo la veía, año tras año, en palco de preferencia junto a mis primos. Mi madre, trabajaba hasta la madrugada, así que llegaba justo a tiempo, antes que los reyes nos pusieran los regalos; digo yo que dormiría poco en ese día, porque si subía a las cuatro de la madrugada de trabajar, y nosotros nos levantábamos a las seis de la mañana a destapar regalos, ya me dirán ustedes lo que dormiría mi pobre madre.

Fueron años de absoluta felicidad. Pero los abuelos murieron, y las navidades de mi niñez desaparecieron para volver a resurgir años después con los primos y tíos. Comenzamos a jugar “los angelitos” en familia, desde el mas pequeño hasta el mas viejo; nos divertíamos como enanos haciéndonos travesuras unos a otros, y era emocionante ver la cara de los más pequeños cuando recibían sus regalos, era como el anuncio de Mastercard, algo que el dinero no puede comprar. De todo, es lo que mis peques más extrañan, ese momento en familia, donde más que lo que recibías, era lo que compartías.

En la víspera de navidad, nos reuníamos todos en casa de Tico y Vanessa, para compartir en familia la cena de navidad, donde compartíamos, no sólo un plato de comida, sino un año mas de unión, amor y paz; luego de la cena venía el desenlace del angelito que habíamos venido jugando, todos, desde hacia un mes atrás; era el momento de los regalos, los adultos nos volvíamos pequeños y nos divertíamos como niños chiquitos. Los mas pequeños, esa noche, juntaban tantos regalos, que los ojitos y las manitos no les daban para tantos juguetes.

En noche vieja, los jóvenes cenaban en casa, y luego se iban de fiesta hasta el amanecer del otro día. Ya casada, era la fecha que pasábamos en casa de los padres de Flobre, cuando llegábamos estaba mi Don Flobre sentado en la galería, esperando a sus hijos y a sus nietos, con la radio encendida a todo volumen sintonizando “Cima Sabor Navideño”, que era la que daba las campanadas del nuevo año; risas, llantos y buenos deseos se confundían entre abrazos al momento de llegar el año nuevo y de felicitarnos unos a otros para desearnos lo mejor en el año siguiente.

No puedo dejar de mencionar el día de reyes con mis hijos en casa de los abuelos, era una postal de verdadera unión familiar sentarse en la galería de casa de mis suegros y disfrutar junto a una tacita de café recién colado y un trozo de pan de maíz, de la cara de mi suegro disfrutando de todos sus nietos jugando en el jardín, con los regalos que ese año habían traído los reyes magos.

Espero un día volver a sentarme junto a los míos y disfrutar nuevamente de los pequeños detalles: los eternos pleitos entre Evelyn y Tico, la ya famosa bendición de los alimentos de Tony, los eternos cuentos de Purita y Evelyn, que deben vivir mas a prisa que yo, o deben ser monologuistas natas, porque con ellas dos no reírse es imposible; espero volver a comer moro de guandules, ensalada verde, ensalada de papas, pasteles en hoja, cerdo asado; quiero disfrutar, otra vez, de la cara de mis hijos y sobrinos, al momento de abrir sus regalos. Quiero volver a vivir la competencia sana entre mi cuñada y yo de quien pondría antes el árbol de navidad y quien lo decoraría mejor ese año. Quiero disfrutar nuevamente de mis calles, mi tibio sol y mi brisa fresca en mi pequeña isla, junto a los míos.

Felices fiestas familia y amigos, que en estas navidades el Señor nos llene de bendiciones y haga renacer en nuestros corazones ese espíritu de amor y paz que nos embarga a todos en estas fiestas.

Nota: Si hablo en pasado, no es porque no lo sigan celebrando así, es que ya nosotros no estamos allí; nosotros y otros mas, ya no estamos allí para vivir todo esto. Tony, Purita, Evelyn, Carolina...., creo que hablo por todos y cada uno en esta entrada.

FELIZ NAVIDAD, FAMILIA, ESTÉN DONDE ESTÉN.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Cada vez que leo una de tus entradas lloro. La verdad no sé qué esperas para volver. No se puede ser feliz lejos de lo que uno ama.

Vuelvan.

Anónimo dijo...

si que estan aqui, siguen aqui...no se han ido nunca...ya traeran a sus cuerpos alguna otra navidad, esos cuerpos que son los que no estan, los que se han ido.

Abrazos,

Wanda

Anónimo dijo...

Mari, no puedo dejar de emocionarme cuando leo estos escritos, me llegan al alma, porque de alguna manera he vivido alguna navidad lejos, AFORTUNADAMENTe éstas estaré aqui con los mios, y prometo disfrutar por los que estan lejos...un abrazo muy fuerte y que nos sigas haciendo participe de tus emociones.

Cristina

Anónimo dijo...

mari
la verdad senti mucho nostalgia y emocion, te dire que pe puse en tu lugar.
aqui a pesar la situacion $$$$ seguimos teniendo ese espiritu navideno dominicano, las luces (cuando llega la luz),la comida y
los buhoneros siguen vendiendo frutas colgando de los hilos en el parque independencia.
espero que puedas venir a pasarte unas navidades junto a tu familia
feliz navidad
dhara

Wilhelm Storitz dijo...

Es claro que necesitaremos más de un pañuelo para contener el llanto. Y es que no había navidad donde no estuviésemos juntos. Imposible imaginar un 24 de diciembre o una despedida de año que no fuera donde Abuela Pura. Por supuesto que hablo de las navidades de nuestra infancia, que son las que más añoro, y que guardo dentro de mí como el tesoro más valioso. Donde mientras ayudábamos y estorbábamos, en igual medida, a armar el árbol y colocar los adornos, cantábamos esas canciones de las que hablas, y esperábamos con anhelo todo lo que llegaba de la mano de esas fechas. Los regalos, el pudín de pan de Tía Lourdes (con aquellos pedazos alucinantes), jugar a las escondidas, con esas infinitas posibilidades para desaparecer en aquella casa de ensueño de la Lincoln que no podemos olvidar, los fuegos artificiales que iluminaban aún más nuestras vidas. Recuerdo que siempre aprovechaba esas ocasiones para confundirme en las conversaciones de los tíos, que siempre se daban en esa larga galería, y los escuchaba con atención hablar de todos los temas imaginables. Para mí ahí estaba la infinita sabiduría y no en otro lado, y por momentos dejaba al costado los juegos con los primos y trataba de pasar desapercibido para que el tono de la conversación no se viera afectado por mi infante presencia. Recuerdo que en una de esas charlas de grandes, donde estaba Tío José, por supuesto, se empezó a hablar de películas, y no sólo películas, sino de esas prohibidas que sólo llegarían con el cable, y a las que él se refería como ¨fuertes¨, para tratar de no dar muchos detalles, y claro que lo entendía, no sé hasta dónde, pero lo entendía, dónde se hacían cosas que sabía que se hacían pero no sabía cómo.

En esos tiempos la capital se llenaba de luces. Parecía que todas las familias se esmeraban en tener el mejor nacimiento, el mejor arbolito y en cada esquina se reflejaba la alegría de la gente. Las calles estaban atiborradas de puestos donde se podían comprar uvas, manzanas y peras. La Mella, era un río de personas que parecía fluir en un sin número de direcciones, daba gusto dejarse llevar por esa corriente humana que no daba tregua en ese comercio inagotable. Las visitas que hacía a la ¨Americana¨ se incrementaban, y no salía del área de la ferretería viendo los juguetes que enumeraría en mi carta al ¨Niño Jesús¨. La ventaja de ser el hijo mayor del encargado del almacén de madera era que todos me conocían, y todos los juegos estaban a mí disposición, era como estar en la casa de Santa Claus.

Lamentablemente ya todo es diferente, nuestro país no es el mismo, ya las cosas no son tan fáciles como eran antes. Llenar la nevera de manzanas, el arbolito de regalos, y hasta hacer que amanecieran columpios en el jardín, ya no son cosas posibles hoy día para familias de clase media, como siempre hemos sido. Ya los sueños no se hacen realidad con la misma facilidad de antaño, cualquier cosita cuesta un ojo de la cara. Y lo que es peor, con el paso del tiempo ya no somos los mismos que éramos antes, cada uno ha buscado su espacio y hemos sacrificado mucho de lo que nos hacía tan felices. Parece que nunca fuimos conscientes de lo que teníamos. Me gustaban más esos tiempos en los que no necesitábamos ¨angelitos¨ para reunirnos, cuando nos juntábamos por la sencilla razón de que preferíamos estar juntos a cualquier otra cosa, cuando el único plan era vernos. Después vamos creciendo, y queremos romper los esquemas, como una vez que a Mundito y a mí se nos ocurrió en vez de pasar 24 en el apartamento del Embajador, irnos a dar vueltas por ahí, buscando aventuras que nunca aparecieron, como Don Quijotes decadentes del siglo XX.. Y es que la vida es así, una separación progresiva. Hasta viviendo en el mismo pedazo de tierra nos alejamos sin darnos cuenta.

Lo bueno es que como dicen, recordar es vivir, y cuando se tiene la suerte que tenemos nosotros de haber compartido tantos buenos momentos, nos podemos pasar toda una vida recordando, viviendo.