Estar confinada es muy duro, no porque no pueda salir, ni siquiera porque no puedo ver a los míos, a esto último estoy mas que acostumbrada a base de tiempo y distancia, si ahora hablo y los veo más en cuarentena, que fuera de ella. ¡¡¡Gracias tecnología!!! Estar confinada es duro por todo lo que me encuentro y veo fuera. Es increíble la sensación de encierro que tengo precisamente cuando salgo de mi casa al mundo supermercado, que es hasta donde puedo viajar. Llegar y ver las filas, las mascarillas, los guantes; un seguridad en la puerta indicando cuándo puedes pasar; una persona desinfectando el carrito que vas a coger al entrar y el que dejas al salir; policías haciendo controles en la carretera, preguntándote a dónde vas, por qué a ese supermercado y no al otro. En treinta años de carnet de conducir nunca me habían parado, hasta hace unos días que iba, creyéndome libre, a comprar para el fin de semana. Es ahí cuando noto el encierro, cuando me agobio, cuando me falta el aire, cuando me cae la loza encima, cuando se me oprime el pecho y siento que me ahogo. Porque mientras estoy en mi casa me muevo con libertad, sin miedo a tocar a alguien, sin que nadie me mire como a una terrorista con una bomba alrededor del cuerpo.
El gobierno, por su parte, tratando de salir de esto con el menor número de víctimas posibles, y la oposición, utilizando esto para hacer una campaña asquerosa y ruin, según ellos preocupados por el pueblo. Mentira! No es el momento de hacer leña del árbol caído, ni de hacer campaña política. Si de verdad le importara, arrimarían el hombro y luego, cuando todo pase, pedirían explicaciones. No sé nada de política, ahora una cosa sí que sé y es que no quisiera estar ni siquiera un segundo en los zapatos de Sánchez. Porque esto nos viene grande a todos y el que diga lo contrario miente, o acaso alguien pensó o imaginó que la realidad superaría la ficción y que íbamos a ser los protagonistas de una película apocalíptica de Hollywood. ¿¿¿Alguien se lo imaginó??? Yo no. De hecho, hasta que no nos pusieron en cuarentena y el país se paralizó y el mundo dejó de girar creía que esto no era más que una gripe. Mis compañeras del último curso, todavía sin terminar, lo pueden confirmar. Porque ni en mis sueños más salvaje podía haber intuido algo así. Y es que si me siento y pienso en esto como si estuviera en un cine, digo que la hierba que se fumaron los guionistas era muy buena para imaginarse una situación como la que hoy estamos viviendo: EL MUNDO EN JAQUE POR UN VIRUS.
Las noticias falsas que andan por las redes no ayudan en nada, no hacen más que desinformar sembrando el miedo y aumentando la histeria que ya, de por sí, todos tenemos. Fake news que la gente se cree, bulos y mentiras que, entre desacreditar al gobierno y dar remedios que no van a ninguna parte, pone a la gente a no saber en qué o a quién creer. Yo por mi parte, he dejado de ver twitter y noticias veo las justas; los mensajes, vídeos y chistes fácil que me envían por Whatsapp los elimino sin ni siquiera abrirlos. Es mi manera de protegerme y de no volverme loca.
Sin embargo mi fe en la humanidad no está del todo perdida. La otra cara de la moneda me ha confirmado lo que siempre había sospechado: hay mucha gente buena en el mundo, lo que sucede es que la bondad no es noticia. Ver al que toca el violín, el piano o la guitarra salir a su balcón a tocar para acompañar al de al lado, y al cantante de opera, pop o copla dar un recital para deleite de los vecinos, me hace seguir confiando en nosotros los humanos. Cantantes haciendo directos y actores haciendo el payaso en las redes, todo para hacer más llevadero este confinamiento. Se nos despertó la creatividad, la empatía. Nos dimos cuenta de que teníamos vecinos y los conocimos y ahora, cuando no podemos compartir es cuando más compartimos. Padres e hijos haciendo tiks toks, vídeos, jugando… Y que decir de los aplausos, aplausos que yo extiendo a policías, bomberos, personal de supermercados, personal de limpieza, transportistas, carteros, butaneros... Todos en primera línea de fuego, a pesar del miedo.
Me gusta mi casa y me gusta quedarme en ella; disfruto mucho tener a los míos revoloteando al lado. Verlos reír, discutir, reñir. En casa siempre encuentro algo que hacer. Estar quieta no se hizo para mi. En un día puedo tejer, hornear un bizcocho, leerme algunos capítulos de un libro, escribir algo que nunca verá la luz y todavía me queda tiempo para ver algo de televisión. Ya me vi dos series completas, varias películas; terminé un libro, y estoy terminando otro; el hilo de tejer se está agotando y los proyectos que he comenzado, en mi afán de avanzar con la Navidad, han quedado por la mitad y ahora tengo muchos muñecos a medio tejer que me recuerdan mucho al vecino de Andy, el de Toy Story. El horno lo voy esparciendo, porque ya los vaqueros me cuentan que me estoy pasando. No encuentro tiempo para aburrirme. Tampoco me siento a esperar que ese tiempo llegue. Hay cosas que por supuesto me hacen falta, decir lo contrario sería mentir: arrancar el coche y conducir hasta el super con mi familia; ver los niños en los parques y ver, con asombro, los bares llenos. Mirar a la gente sonreír, saludarse con dos besos y hablarse de cerca. Poder tocar sin guantes. Volver a ser libre fuera de casa. Vivir sin miedo, que suena a serie de Telecinco, y que ahora es nuestro principal objetivo.
No entraré en el aspecto económico, porque eso da para mucho y tengo la certeza de que nos tocará reinventarnos; cosa que he hecho tantas veces a lo largo de mi vida, que a veces ya no me reconozco a mi misma. Espero que el mundo vuelva a girar y que todos seamos capaz, sobre todo yo, de reconocer a la persona en la que nos hemos convertido en este viaje. Porque si algo tengo claro es que la persona que entró en cuarentena hace 37 días es diferente a la persona que soy hoy y a la que seré al final de todo esto