domingo, 25 de septiembre de 2016

Una historia, una canción: Poquito a poco.


Esta es una de las primeras canciones que escuché cuando llegué a España, y desde que la oí entró a formar parte de esta mi locura, porque ella resume perfectamente nuestros 10 años de “mejores amigos”. 

Sí, porque “poquito a poco” él fue conquistándome, primero para convertirse en mi mejor amigo, título que se ganó por derecho propio a base de estar siempre junto a mi, no importa lo cansina, caprichosa, malcriada y jodida que pudiera llegar a ser, y segundo, para hacerse alguien “indispensable” para el resto de mi vida. 

Como amigo fue incomparable, nadie como él tenía tiempo para mi; nadie como él acudía a mi llamado sin siquiera pensarlo; nadie como él me prestaba sus oídos, sus hombros, su tiempo; nadie como él me decía las cosas tal cual las pensaba, aunque sabía que me enojaría muy, mucho; nadie como él se atrevía a cabrearme y quedarse tan ancho; nadie como él era capaz de, con un abrazo, con una palabra, con una mirada, poner mi sentido común en su sitio, levantar mi ánimo, hacerme creer en mi, reiniciarme para coger fuerzas y continuar,  y nadie como él era capaz de hacerme sonreír... 

Y así, “poquito a poco” empezó a formar parte de mi rutina. Un almuerzo compartido en los días laborales, una llamada cada día a las nueve de la mañana, una puesta de sol después de la oficina, un helado los fines de semana...y así, “poquito a poco” se hizo presente en mi vida, y un día empecé a darme cuenta que si no me llamaba a primera hora de la mañana me faltaba algo, que el cine los jueves de estreno y luego la cena se había hecho algo habitual, que llamarnos antes de dormir había empezado a ser necesario para poder descansar...y así ”poquito a poco”. 

Y mientras “poquito a poco” él me camelaba, yo por mi parte “...que sabía que vivía en sus sueños, zarandeaba mi cuerpo...”, y me regodeaba mortificándolo, porque sabía exactamente lo que provocaba en él, y lo hacía con plena conciencia de mis actos y mucha alevosía...y me paraba frente al espejo del salón y recogía mi cabello, dejando al descubierto la nuca; y le pasaba la mano por detrás de sus hombros para hacerle cosquillas en el cuello mientras conducía; y lo miraba fijamente, y le hablaba y con mis palabras le provocaba, y le coqueteaba y le ponía ojitos, y le hacía preguntas que sabía le ponían nervioso, y le movía las pestañas, y me le acercaba y le seguía provocando... 

...y así, “poquito a poco” el me fue camelando, y así, “poquito a poco” yo me dejé camelar...

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