lunes, 20 de junio de 2016

Una historia, una canción: 25 horas al día


Si alguna vez las palabras que me decía en aquel 1996 hubiesen tenido música creo que sonarían exactamente así. Si no me equivoco fue él quien me dijo que la escuchara y gracias a él le puse atención, lo que no deja de ser hasta cierto punto irónico, cuando la de los merengues, bachatas, salsa y son siempre fui yo. Por eso esa no podía faltar en nuestra lista. 

Nunca la hemos bailado, es difícil teniendo en cuenta que, como dice mi Maru, él tiene dos pies izquierdo y mientras yo bailo él parece un pato mareao’. Pero no necesitamos pararnos en una pista para bailarla, si la estamos bailando desde entonces, tomados de las manos, al ritmo que nos ha ido marcando la vida. 

No sé si es consiente de que lo que él me decía con sus palabras, Juan Luis Guerra lo hizo poesía y Proyecto Uno le puso la voz, cuando él quería gritar a los cuatro vientos lo que estábamos viviendo y yo no quería que nadie se enterara. Era tanta su desesperación que un sábado cualquiera de los 52 que hay en el verano de mi isla, me preguntó qué para cuándo, que hasta cuándo íbamos a jugar al escondite, qué hasta dónde llegaría mi miedo. Fue tanto mi cabreo, que le grite que no me presionara y le corté la palabra por el resto del día, y parte del otro. 

Puede ser que haya tenido miedo, pero miedo a que todo se esfumara. No quería que nadie supiera para que no se metieran, para que no opinaran, para que nadie se sintieran en la “obligación” de ser buen amigo y viniera de “muy buena fe” a aconsejar sobre si estaba bien o estaba mal. Y no me equivocaba, porque solo fue hacerlo publico para que saliera la “buena amiga” a preguntarme si yo estaba segura y, lo que es aún mejor, nuestro “mejor amigo” a decirme que lo que yo hacía no estaba bien “cómo enredarte con él, cuando tu sabes que fulano, que es mi amigo, sigue enamorado de ti, es que no me parece ni medio normal lo de ustedes dos. Crees que se merece lo que ustedes dos le están haciendo?” fue su pregunta, no sé si eran celos, envidia o simplemente que era un tonto integral, bueno era o es, porque hasta donde sé sigue respirando; sólo atiné a responderle que si él me quería, que si él nos quería, que hiciera el esfuerzo por sentirse feliz por nosotros, porque yo era feliz, realmente feliz, y que su amigo, por fin había logrado conquistarme, que si no valía la pena que él se alegrara por nosotros, que también éramos sus amigos, y que ese fulano había tenido la oportunidad y la había desaprovechado de todas las formas posibles. 

Sí, era egoísta, quería vivir en mi nube yo sola, con él; disfrutar cada segundo, cada salida, cada mirada; pasear juntos agarrados de las manos, besarnos a escondidas como dos adolescentes. Sí, llámenme egoísta, pero la verdad es que no quería que nadie supiera, para que nadie opinara, para que nadie dañara, como trataron de hacer quienes se supone eran nuestros mejores amigos. Tengo que aclarar que también estaban los que se alegraron por nosotros, porque POR FIN Flobre había pasado de ser el amigo fiel y enamorado a ser el novio y futuro esposo, y porque POR FIN yo le había dicho que sí. Todos nos acompañaron ese ocho de noviembre, los que se alegraron y los que no, unos más que otros, todo hay que decirlo, y alguno que otro bromeó con la estampa, de hecho recuerdo comentarios del tipo “al lado de la palabra perseverancia en el diccionario hay que poner una foto de Flobre, mira que aguantó brisas, viento fuertes y huracanes sentadito en el sofá” o “ese muchacho tiene diez años de licencia para portarse mal, que fue mucho lo que paso hasta llegar aquí”. No sé a cómo estaban las apuestas, porque era una historia que todos conocían, en las que todos habían opinado, para bien o para mal. 

Y sí, 25 horas al día no se podía quedar, porque prometió quererme 25 horas al día, ocho días a la semana, y lo cumplió; me prometió enseñarme a conjugar el verbo amar, y lo cumplió; me dijo que íbamos a tener una niña tan linda como yo, y lo cumplió... 

Por esos diez años de ser amigos, porque es lo mejor que nos pudo pasar, y por ese año de no novios que tanto disfruté.

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