domingo, 16 de junio de 2013

Las bicicletas son para el verano...


Sí señor!!! Este debe ser el titulo de alguna película o algo parecido, porque es que me ha salido bien, bien. Tanto que casi me siento orgullosa de él!!!

No sé si en realidad las bicicletas son del verano o no, puede que sea realmente el título de una película o de algún libro, o tal vez es que he tenido la inmensa suerte, prefiero llamarle bendición, de nacer en un lugar donde hay un verano eterno, donde puedes ir a la playa cuando se te antoje, salvo tormenta tropical, entonces te bañas bajo la lluvia y te lo pasas igual de bien. Lo que si sé es que nunca me he sentido mas dueña del mundo, mas libre y mas autosuficiente que cuando voy montando bici y el aire me golpea la cara y me alborota el pelo. 

Mi bici, la única de verdad mía que he tenido me la regalaron precisamente en un verano, creo que por haber pasado el curso. Eran tres bicis, una para cada una, la de Angie y la mía del mismo tamaño y de color rosa con blanco; la de Lourdita no recuerdo el color, pero me imagino que era azul, su color favorito y venía con canasto y dos rueditas. 

Con doce o trece años no sabía montar, nunca me había montado en una. Pero siempre he sido decidida y aprendí, vaya si aprendí, porque si los otros aprendieron y saben, yo no iba a ser menos. Me caí, me raspe las rodillas, le dañe las flores a mi abuela cuando me abalance sin control sobre ellas, me seguí cayendo y caí cientos de veces y otras tantas me puse en pie, me limpié las rodillas y entre los gritos de "Teresa, te vas a matar!!!" de mi abuela lo intenté hasta que la dominé...como debía de ser. 

No me tomó mucho andar echando carreras con mis primos alrededor de nuestra casa en la Lincoln. Me inventaba mil y una aventuras sobre ella, podía vivir una mañana en la casa de la pradera, andar por bosques llenos de misterios o ser perseguida por un oso peligroso, todo dentro de los límites de los jardines de mi precioso hogar. 

Aquellas bicis pasaron a otras manos, no voy a contarles el cabreo que pillé con mi madre, quien SIN PERMISO, ni autorización alguna de sus dueñas las vendió, vendiendo con ella mi primer vehículo de transporte. Su excusa, que ella las había comprado y por lo tanto ella podía venderlas...algo que todavía hoy me lo encuentro sin sentido, porque me la había regalado, por lo tanto era mía y aún hoy creo que lo suyo era, por lo menos, informarme de su decisión. Vale que daba lo mismo, porque yo me iba a cabrear igual y ella la iba a vender de todas formas, pero lo que es justo es justo.

Me encanta esa sensación de libertad sobre dos ruedas y pedalear y pedalear sintiéndome la dueña del mundo. Sin embargo tengo años, y cuando digo años, me refiero a años, muchos, muchos años que no monto en bici como cuando era niña, o soltera con el único compromiso real de sacar mi carrera adelante. 

La última vez, creo, si mi memoria no me falla fue cuando, casi, casi, no vivo para contarlo. Se me había metido en la cabeza que estaba gorda, cuando todavía no había comprobado que estar gorda era otra cosa y no esas onzas de mas que hacían que los jeans size 7-8 no me cerrarán como cuando me los compré. Como estaba “pasada de peso” decidí irme a montar en bici cada mañana, para ello me levantaba temprano, antes de empezar el trabajo diario de sacar la tesis de grado a tiempo para graduarnos; me vestía y alegremente cogía la bici de mi padre, a la cual me daba cierto trabajo subirme y algo mas controlarla, sin embargo con el tiempo y mucha maña nos habíamos llegado a entender. Me iba al mirador y lo paseaba sobre aquella dos ruedas por dentro; adoraba aquel paseo matutino, parecía estar en una peli de esas gringas, rodeada de arboles y sonido de pájaros. Al ser temprano en la mañana, la temperatura era agradable, y con mi walkman amarillo de la Sony, por una hora me sentía la dueña del mundo. En aquel entonces no la conocía, pero si hubiese tenido que ponerle melodía a ese momento, sería la música de “Verano azul”. 

Aquella mañana, me acompaño Lourdita, mi hermanita, mi favorita porque no me decía que no a nada, se apuntaba a un bombardeo conmigo, todavía hoy lo hace. Ella tenía su bici adecuada a su edad, a su tamaño y rosa porque era niña, nada que ver con la de carrera profesional de mi padre que me quedaba “grande”. Luego del paseo matutino, y de disfrutar del verde, del olor a hierba y del trinar de los pajaritos, volvimos a casa, íbamos montadas las dos, cada una sobre sus dos ruedas, ella iba delante de mi, dobló hacía la derecha y siguió montada para coger la cuesta que nos llevaba al residencial donde viven mis padres. Recuerdo perfectamente, cuando la vi tan segura, decirme a mi misma: Mimisma, si ella puede, que es mas pequeña que tú, tú también puedes coger esa cuesta sin peligro. Claro, con lo que no contaba es que ella SÍ dominaba su bici, porque era la de ella, no la de su padre que le venía grande. Con lo que muy resuelta, muy yo y muy segura, doblé la esquina y enfilé hacía la cuesta sobre mis dos ruedas de carrera profesional. 

Lo siguiente fue perder el control, no saber como frenar y estamparme en la esquina con todo y bici sobre un árbol. Lo que vino a continuación lo tengo un poco vago, recuerdo que me levanté y que un señor se acercó a ayudarme, me preguntaba donde vivía y yo le decía que a mi casa no, que mi madre me iba a matar; dentro de mis nervios y mi miedo, me tocaba la cara y decía, mi cara, me la he dañado y me miraba el hombro y sólo podía pensar en el vestido de la boda de mi prima, la primera de nosotras que se casaba, que era con los hombros descubiertos y yo, mi hombro, lo tenía hecho polvo. Mientras yo estaba en “mi mundo”, Lourdita, cuando se dio cuenta de mi “accidente”, de la impresión se desmayó; con lo cual llegamos a casa una desmayada, otra accidentada y un señor, que no me acuerdo ni de la cara, ni del color, ni de nada, que nos llevo junto a las dos bici, al tiempo que intercedía por mi ante mi tía, para que no me riñera porque yo estaba “muy nerviosa” y no “es culpa de ella...perdió el control y se accidento”. 

Aquella fue la última vez que monté en bici, en parte porque mi madre al enterarse puso el grito al cielo, en parte porque mi pierna y mis hombros habían quedado guapos, guapos y tenía que recuperarme y en parte porque dejé que la vida me arropara con sus prisas, con sus problemas y con “las responsabilidades” que ya empezaban a asomar la cabeza. 

Desde entonces no he encontrado ni el día, ni el tiempo, ni el deseo, ni la bici, para retomar una de las cosas que mas me gustan en la vida. Lo que si que no pierdo es la esperanza de volver a montar en bici, pero esta vez acompañada de mi familia...eso sí, ahora sí que le pondré la melodía de fondo de la serie “Verano azul”. 

Nos vemos en otra noche sin dormir...

4 comentarios:

Tita dijo...

Recuerdo ese día perfectamente, lo único que mi bici no era rosa sino gris con blanco y no era de carreras pero cambiaba velocidades. En esa época estaban de moda las Montanbike y todos querían una...en realidad, creo que esa también fue mi ultima vez en bici :(

Lourdita...la que nunca dice que no a tus locuras ;)

MariTe DiVa dijo...

Y por eso te quieeeero!!!

Mari, la hermana mayor.

Anónimo dijo...

Jajajajja mari pointe las piles y compra te una Bici como nice yo hace UNOs meses atras.
Ana

MariTe DiVa dijo...

Aaaaana!!! Es que no es una, son, por lo menos, TRES!!! Tomando en cuenta que el Jose tiene una.