jueves, 21 de marzo de 2013

El cepillito amarillo...


El Súper Volky, así solíamos llamarlo los amigos de Flobre y en él vivimos mil y una aventuras, cuando aún éramos jóvenes y libres, cuando aún la vida no nos había enseñado que no basta con soñar, sino que también hay que luchar, caerse y levantarse muchas veces. 

El Súper Volky o el Pollito Satánico, como lo llamaban sus compis de carrera, era un Volkswagen Beetle del ’78, color amarillo pollito, de ahí el nombre de los compis, era el carro de la familia de Flobre y era pequeño, viejito (mas bien antiguo) y los años ya se le estaban notando; pero con todo y esto llegamos a vivir momentos inolvidables, en lo que él era uno mas de nosotros y, a pesar de sus años, Flobre se encargaba de pisar el acelerador y ponerlo a correr como si de un bólido se tratara. 

En el Volky fuimos a la playa, llegamos a Bani, hicimos campaña, íbamos a comer helado, nos paseábamos por el conde, regresábamos a casa de la Uni y hasta mi proyecto de tesis me llevo a entregar, cuando todos los otros coches, mas jóvenes, mas grandes y con mas potencia nos fallaron. En su radio logré que Flobre aprendiera a escuchar merengue y fue aquí donde se atrevió a sentarme atrás para sentar a otra en el lugar que siempre había ocupado yo y sólo yo. Ver "Y me sentó detrás..."

Durante muchos años fue nuestro compañero de salidas, hasta que llegó uno más guapo, más joven y más verde a ocupar su lugar. Desde entonces se usaba cada vez menos, hasta que llegó el día en que quedó estacionado en el garaje por tiempo indefinido. Ya el chico guapo no lo usaba y el padre estaba muy mayor para conducirlo...nadie mas le hizo caso y ahí quedó observándonos en silencio desde su lugar. 

Durante un buen tiempo pensamos en quedárnoslo, restaurarlo y dejarlo como en sus años mozos, pero, por una razón u otra, nunca lo hicimos, hasta que llegó el día en el que sus dueños, la familia que lo había usado, cuidado y disfrutado durante tantos años, decidieron venderlo. Recuerdo la tarde en la que se hizo la transacción, recuerdo que me dolió como si aquel coche hubiese sido mío alguna vez, recuerdo la sensación de impotencia y recuerdo quien se lo llevo a precio de vaca flaca. 

 Hoy no puedo evitar sentir cierta nostalgia al ver uno de estos “escarabajos” sin importar su color y no dejo de sentir algo de dolor al saber que mis hijos nunca lo llegaron a disfrutar y que, lo que es peor, no lo deben ni recordar. Cuando veo alguno vuelvo a ser joven, libre, inocente y llena de sueños y esperanza, como cuando tenía aquellos 18 años. Me consuelo con imaginar que quién lo compró lo restauró y lo volvió a dejar amarillo y reluciente, como cuando era joven, y me gusta imaginar que algún día podré comprar uno igualito a él y podré irme de playa junto a Flobre, mientras escuchamos a Juan Luis Guerra o a Sergio Vargas, mientras recordamos “aquellos maravillosos años”.

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