domingo, 22 de mayo de 2016

Una historia, una canción: La quiero a morir


Esto es un “compendio” de pequeñas historias relacionadas con una playlist que hemos llamado Nuestra banda sonora, porque cada canción que suena ahí cuenta algo que tiene que ver con "nuestra historia". Empezó con tres canciones, ésta entre ellas, y se le han ido agregando más a medida que nos iban acordando "algo" de nuestra relación, desde que éramos "no novios" hasta el día de ayer. Se me ocurrió que escribirlas sería una buena manera de no perderlas. Sí, sí, también tengo que admitir que "algo" tiene que ver que me he leído dos libros cuyos capítulos eran títulos de canciónes. En fin, que aquí les va el coñazo...que si no quieres leerla pasa de ella y ya está, que yo me conformo con contarla :)

Empiezo por La quiero a morir cantada por Sergio Vargas a Ritmo de Merengue, porque creo que a partir de aquí surgió esa  "nuestra historia". 

El verano del 90 fue, para mi, uno de los mejores veranos que recuerdo, creo que ya he hablado de él en alguna ocasión. Fue un verano de días de amigos y domingos de piscina, fue un verano divertido, de salidas nocturnas al cine y a cenar, de tardes en la galería de mi casa, de relaciones que nacían, un verano en el que nuestra mayor complicación era si ir a comer a Pizzarelly o a Emilios hot dogs. Un verano que al finalizar prometía una nueva universidad, un comienzo, un dejar atrás. 

Aquel año había sido rico en todos los sentidos, había empezado con situaciones difíciles a nivel familiar y habíamos llorado y habíamos reído y habíamos viajado. Fue el  año de aquellas elecciones en las que el PLD iba ganando y de repente se fue la luz, y ZAS ganó Balaguer. Sin duda un año para recordar en muchos sentidos. 

Yo tenía mi grupo de amigos, algunas veces éramos menos, otras veces éramos más, pero siempre había uno que se mantenía cerca, Flobre, y todos los demás coincidían en que estaba enamorado de mi. Todos menos yo, porque Flobre era mi amigo, mi mejor amigo, y eso era sencillamente imposible, eso no podía ser y punto. Esto también lo he contado. 

Tanto insistían que terminé por preguntarle, primero a su mejor amigo, al que empotré contra una pared y que me dijo que no. Le creí, porque menuda era yo acojonando a los demás, además, si alguien sabía la respuesta, era él. Más tarde me dí cuenta que me había engañado, o no le acojoné lo suficiente o era muy fiel a su amigo. Luego le pregunté directamente a él, a Flobre. También me lo negó, aquí sí, porque lo acojoné y no se atrevió. Eso lo supe tiempo después.

El verano siguió su curso y yo me hice novia del muchacho que me gustaba, sin ningún remordimiento y sin temor de hacerle daño a Flobre, porque él mismo me había confirmado que NO estaba enamorado de mi, cuando le pregunté de manera delicada y sin coacción alguna. Dos días más tarde de andar de novia, me imagino que después de verle las orejas al lobo, me dice que tiene que hablar conmigo. Quedamos en mi casa y nos sentamos en la acera y, sin muchos rodeos dijo que él estaba enamorado de mi, que yo le gustaba desde hace tiempo y que ya no podía seguir así. Esto también lo he contado antes. Le pregunté que porqué ahora, porqué no antes, qué había cambiado. No me pudo contestar. No sé si él fue consiente en algún momento que aquella confesión me acababa de lanzar una losa encima. Mi respuesta, por supuesto, fue negativa.

Seguimos hablando un rato más, hasta que decidió marcharse. Antes de irse me preguntó si iba a ir al concierto de Sergio Vargas acompañada, le contesté que sí, me imagino que aunque yo no me atrevía a contarle que ya tenía novio, él ya lo sabía. Se despidió, pero antes me pidió que cuando escuchara La quiero a morir me acordara de él, me dio un beso en la mejilla y se fue. Sé lo que pasó después, porque él me lo contó, pero eso sí queda entre nosotros.

No puedo decir que no conocía la canción, porque sí la conocía, la había cantado, la había bailado, incluso en la tarima con la orquesta, incluso con él, pero hasta esa noche en Altos de Chavón no había tomado sentido la letra. Lloré lo que no está escrito con cada palabra, con cada estrofa. Aún recuerdo cómo se me quedó grabada de manera dolorosa la frase “ella para las horas de cada reloj y me ayuda a pintar transparente el dolor con su sonrisa...” y cómo se me hacía añicos el corazón cada vez que repetía “la quiero a morir”. 

Pueden pasar los años y no se me olvida aquel dolor de saberme haciéndole daño a la persona, que como amigo, más quería, quien, como amigo, era todo para mi, al que, como amigo, ya estaba empezando a extrañar. Llovía a cantaros, pero yo no lo sentía, y menos mal porque pude camuflar mis lágrimas. Lloré desde que empezó la canción hasta un buen rato después que terminó. Lloré en el autobús de regreso, de manera callada, esta vez me cubría la oscuridad que no permitió que quien iba a mi lado se diera cuenta que ya llevaba un buen rato sollozando. 

Después de esto solo me vienen flashes a la memoria, Flobre en la universidad, yo tratando de no verle, esquivándolo, evitándolo, hasta una noche que me preguntó si me llevaba a casa y le respondí que no, me dijo mirándome a los ojos “no me hagas esto, no me separes de ti, no dejes de ser mi amiga, me haces más daño si te alejas de mi para no hacerme daño...”

Poco a poco volví a ser la misma con él, a buscarle, a abrazarle, a confiarle mis secretos, a contar con él para todo, a ser completamente yo al lado de él, sin miedos, otra vez los amigos que hasta aquella noche de septiembre habíamos sido. Otra vez los mismos amigos, hasta seis años más tarde cuando la historia pega un giro. 

Así se convirtió esta canción en single de nuestra relación. Es nuestra canción. Esa canción, que de haberse bailado en nuestra boda, hubiese abierto el baile.

Hasta la próxima canción, hasta la próxima historia...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tremendo escrito! Y me acuerdo de tu historia.

Patricia Landolfi