Acabo de cumplir 50 años. Acabo de celebrar y completar 50 vueltas al sol, 50 veranos, 600 lunas llenas, 2600 semanas. El quinto piso, como me dijo una amiga, la edad de oro como dijo otra.
Nací un lunes lluvioso de verano y con luna nueva. Según el horóscopo lunar, los que nacen bajo la influencia de esta fase de la luna poseen la ilusión de los niños. Les gusta iniciar cosas y ponen todo su entusiasmo en aquello que emprenden. Dice que son muy trabajadores y no se detienen hasta que alcanzan sus objetivos. Piensan que la vida es una aventura, que no merece la pena mirar hacia atrás, y hay que centrarse en el futuro. No estoy en total acuerdo con esto, porque si algo he aprendido en estas cincuenta vueltas al hermano sol, es que el futuro es tan incierto, como irreal, y que lo que verdaderamente importa es el presente, que es breve y muy efímero.
Según el horóscopo chino soy un gallo, y un león según los griegos, un signo de fuego, dicen. Ambos coinciden en que somos personas seguras, elegantes, orgullosos. Inspiramos confianza, somos sinceros, honrados, listos y trabajadores. Tenemos magnetismo y mucha mala leche, esto último disfrazado con palabras políticamente correctas.
No sé ni de calendarío lunar, ni de horoscopos, lo que sí tengo claro que, desde pequeña, hablo tres idiomas: español, alto y claro; que a cabezota, terca, testaruda y rebelde no me gana nadie; que tengo un carácter de mierda desde chiquitica, y que desde muy temprano me reconozco como la "oveja negra". Que la diplomacia no es mi fuerte y que tengo "el don" de decir lo que pienso de frente y sin paños caliente, y me quedo tan ancha. Que a la vida le planto cara y la reto cada vez que se me pone "chulita"
No sé ni de calendarío lunar, ni de horoscopos, lo que sí tengo claro que, desde pequeña, hablo tres idiomas: español, alto y claro; que a cabezota, terca, testaruda y rebelde no me gana nadie; que tengo un carácter de mierda desde chiquitica, y que desde muy temprano me reconozco como la "oveja negra". Que la diplomacia no es mi fuerte y que tengo "el don" de decir lo que pienso de frente y sin paños caliente, y me quedo tan ancha. Que a la vida le planto cara y la reto cada vez que se me pone "chulita"
50 años ya, y no me lo creo, y no los siento. No voy a entrar en si los aparento o no, porque si de algo tengo conciencia es que los años pasan, pesan y pisan, y mis canas lo reflejan y mis arrugas lo cuentan.
50 años, cuánto caminado y tanto navegado; cuántas risas y tantos llantos; cuántos triunfos y tantos fracasos; cuantas ventanas abiertas y tantas puertas cerradas. Me he caído más veces de las que puedo contar y he tenido que empezar de cero más veces de las que me gusta admitir.
50 años y llevo a mi espalda 14 mudanzas, incluida un cambio de país, de continente, de océano, de mar, de clima y de zona horaria.
50 años, una carrera universitaria. 50 años, un oficio que nada tiene que ver con mi profesión. 50 años, empezar de cero, empezar de nada. 50 años, un nuevo trabajo, como aprendiz, como novata. Un trabajo nuevo que me gusta y me apasiona; un oficio que me ha dado otras alas y que me demostró que nunca se es demasiado viejo para comenzar.
50 años y he aprendido a soltar amarras, a liberar lastres; a llevar un equipaje más ligero, a no cargar rencores, a alejarme de las personas tóxicas y de los lugares que me den carga negativa; a dar a cada cosa y a cada momento su justa importancia; a entender la diferencia entre querer y amar; mirar y observar; vivir y disfrutar. Aprendí a que enojarse es perder el tiempo; a no preocuparme por los problemas sin solución y a ocuparme por encontrar soluciones a aquellos que sí lo tienen. Aprendí a disfrutar más, a cantar sin vergüenza, a bailar cuando me miran. Aprendí a arriesgar más, a salir de mi zona de confort y a tener menos sentido del ridículo.
50 años y siempre he sido feliz y privilegiada. Crecí rodeada del amor de mis padres, de mis abuelos, tíos. Tengo la enorme dicha de tener una legión de primos, con los que jugué y me enojé hasta llegar a odiarlos por uno o dos minutos completos; hermanas y hermano que han sido cómplice y apoyo en mi travesía; amigos que son de los buenos, de los que están, de los que se quedan, con los que puedes contar; y ellos, mi Flobre, mi Maru, mi Jose, míos todos, mi corazón, mis razones, mis motivos y mis porqués...y Toby, mi Toby, nuestro Toby, el cuadrúpedo peludo que llegó a completarnos, un ser vivo de cuatro patas y nariz húmeda que, sin lugar a dudas, me ha hecho mejor persona.
Todos ellos completan el rompecabezas de mi personalidad. Todos ellos forman parte de cada fibra de mi ser.
Pero (siempre tiene que haber un pero), como decía mi güela, mujer vieja y sabía, en la vida no todo es color de rosas, y en la mía no iba a ser distinto. Aprendí desde niña que la muerte es real, que no respeta edad, ni sexo, ni religión. Que el cáncer, además de ser un signo zodiacal, también es una puta enfermedad que se llevó por delante a mucho de mis seres queridos. Aprendí que la vida puede se muy bonita y muy jodida a la vez.
50 años y veo mis pasos, unos errados, otros firmes, algunos cansados, muchos con ilusión y bastantes con miedo. No desandaría ninguno de ellos, de volver atrás los volvería a dar igual. Trataría, eso sí, de disfrutar más el camino y de darlos descalza, sintiendo el polvo, la arena, la hierba y la tierra bajo mis pies. De poder volver atrás, recorrería el mismo camino, sí, pero cada paso los daría con más seguridad, con menos miedo. Arriesgando más. Conservando menos.
50 años y he aprendido a soltar amarras, a liberar lastres; a llevar un equipaje más ligero, a no cargar rencores, a alejarme de las personas tóxicas y de los lugares que me den carga negativa; a dar a cada cosa y a cada momento su justa importancia; a entender la diferencia entre querer y amar; mirar y observar; vivir y disfrutar. Aprendí a que enojarse es perder el tiempo; a no preocuparme por los problemas sin solución y a ocuparme por encontrar soluciones a aquellos que sí lo tienen. Aprendí a disfrutar más, a cantar sin vergüenza, a bailar cuando me miran. Aprendí a arriesgar más, a salir de mi zona de confort y a tener menos sentido del ridículo.
50 años y siempre he sido feliz y privilegiada. Crecí rodeada del amor de mis padres, de mis abuelos, tíos. Tengo la enorme dicha de tener una legión de primos, con los que jugué y me enojé hasta llegar a odiarlos por uno o dos minutos completos; hermanas y hermano que han sido cómplice y apoyo en mi travesía; amigos que son de los buenos, de los que están, de los que se quedan, con los que puedes contar; y ellos, mi Flobre, mi Maru, mi Jose, míos todos, mi corazón, mis razones, mis motivos y mis porqués...y Toby, mi Toby, nuestro Toby, el cuadrúpedo peludo que llegó a completarnos, un ser vivo de cuatro patas y nariz húmeda que, sin lugar a dudas, me ha hecho mejor persona.
Todos ellos completan el rompecabezas de mi personalidad. Todos ellos forman parte de cada fibra de mi ser.
Pero (siempre tiene que haber un pero), como decía mi güela, mujer vieja y sabía, en la vida no todo es color de rosas, y en la mía no iba a ser distinto. Aprendí desde niña que la muerte es real, que no respeta edad, ni sexo, ni religión. Que el cáncer, además de ser un signo zodiacal, también es una puta enfermedad que se llevó por delante a mucho de mis seres queridos. Aprendí que la vida puede se muy bonita y muy jodida a la vez.
50 años y veo mis pasos, unos errados, otros firmes, algunos cansados, muchos con ilusión y bastantes con miedo. No desandaría ninguno de ellos, de volver atrás los volvería a dar igual. Trataría, eso sí, de disfrutar más el camino y de darlos descalza, sintiendo el polvo, la arena, la hierba y la tierra bajo mis pies. De poder volver atrás, recorrería el mismo camino, sí, pero cada paso los daría con más seguridad, con menos miedo. Arriesgando más. Conservando menos.
50 años que parecen pasaron de prisa y corriendo. Medio siglo, se dice pronto, se escribe rápido. 50 años, que son más de media vida, y brindo por ellos, brindo por mi, por mis errores y por mis aciertos; brindo por el camino me ha llevado donde estoy hoy; por los pasos que me han hecho ser la persona que soy. Brindo por las veces que caí, por las veces que me equivoqué. Brindo por cada vez que mordí el polvo, que arañe la tierra; por cada vez que apreté los puños de rabia y miré al cielo a modo de súplica. Brindo por cada lágrima, por cada dificultad; por cada momento que se convirtió en una anécdota, buena o mala, pero anécdota al fin. Y brindo, como no, por las mil y una veces que he reído en estos 50 añazos cumplidos, celebrados, vividos y disfrutados...
Como dice Thalía en Brindis:
Por esos días por venir
Por este brindis para mí
Por regalarle a la intuición el alma mía
Porque los días se nos van
Quiero cantar hasta el final
Por otra noche como ésta, por mi vida...
Por este brindis para mí
Por regalarle a la intuición el alma mía
Porque los días se nos van
Quiero cantar hasta el final
Por otra noche como ésta, por mi vida...
50 años y contando, y cantaré y bailaré y soñaré y brindaré y celebraré los siguientes 10, 20, 30...
...Nos vemos en la próxima.