El matrimonio, ¿es cosa de dos, de tres o de uno solo; cosa de dos cada uno por su lado o es cosa de dos que se vuelven uno para juntos llegar a una meta común?
El matrimonio son dos hechos uno; dos andando un camino; dos en la misma dirección; dos compartiendo, dos riendo, dos llorando.
El matrimonio no es un juego, es una empresa por acciones, con dos socios, cada uno con el cincuenta por ciento de las acciones; con el cincuenta por ciento de compromiso; con el cincuenta por ciento de responsabilidad y con el cincuenta por ciento de beneficios. Así que si esto fracasa, el cincuenta por ciento te corresponde a ti.
Cuando decidimos contraer matrimonio, lo estamos haciendo con todas sus consecuencias, para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza...por lo menos eso nos preguntan cuando estamos parados frente al altar y llenos de emoción, luciendo trajes que costaron lo suyo y con una fiesta y un buffet esperándonos a la vuelta de la esquina, respondemos un SI del tamaño de una casa, y, ¿para que?, para después que pasa la fiesta, olvidarnos a lo que dijimos que SI y vivir un infierno de egoísmo y lucha de poder.
Recuerdo cuando iba llegando a la iglesia que pedí a Dios que si aquello no iba a funcionar, no me dejara llegar al altar, que no me dejara decir que SI, si yo no iba a estar dispuesta a enfrentar y afrontar todo lo que venía con aquella respuesta; que no me dejara dar el paso, si yo no iba a estar dispuesta a hacer que esta empresa funcionara, si yo no iba a hacer todo lo que estuviera en mis manos y fuera de ellas para hacerle feliz, para hacernos felices; así mismo, pedí que si aquel que me estaba esperando al pie del altar no era el indicado, que me diera fuerza y valor para salir corriendo de aquel lugar.
En el matrimonio sólo hay “Tu y Yo”, los demás salen sobrando: padres, hijos, amigos...me explico, están ahí, les queremos y les necesitamos, pero nunca podremos ponerles por encima de nuestro cónyuge; a los padres les dejamos cuando nos casamos, esto es bíblico, y aún para los no creyentes es así, así es como funciona: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y pasan a ser una sola carne” Gen 2, 24.
Los hijos nos los prestan por un pequeño tiempo, tenemos que amarles, educarles y ellos completan esta maravillosa empresa del matrimonio; pero se irán, alzarán su vuelo y formarán su propia familia, y es deber nuestro enseñarles a volar, darles las herramientas para dejarles levantar el vuelo. Se irán y nosotros, “Tú y Yo” nos quedaremos solos y si no hemos construido nada juntos, entonces llega el fracaso, entonces llega la quiebra de la empresa.
Los amigos, están para hacernos la vida más llevadera, más amena, pero al igual que con los hijos y con los padres, solo están para acompañar. El día que entendamos esta pirámide, tendremos la mitad de los problemas resueltos.
Nadie dijo que sería fácil y si lo pensaste así, te equivocaste, pero es hermoso vivirlo y vivirlo disfrutando de la compañía del otro. Si que habrán malos momentos, riñas y desacuerdos, lo importante es superarlos juntos; que cuando nos equivoquemos saber pedir perdón y perdonar; que cuando nos disgustemos durante el día, llegar al umbral de la habitación y antes de irnos a dormir vernos a los ojos y mirarnos y encontrarnos en las pupilas del otro. Es disfrutar de los hijos como un complemento de nuestro matrimonio.
Como dijo San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, que sirve igual para ateos, agnósticos y creyentes: El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. 1 Cor. 13, 4-7.
Recuerdo, cuando el Padre Florencio nos estaba casando, que me habló de la Carta de San Pablo a los Efesios (Ef. 5, 23-30), en la parte donde habla de que la mujer debe someterse a su marido, se dirigió a mi y me dijo que tenía que ser sumisa, mi expresión se puede ver en el vídeo y se puede leer perfectamente en los labios cuando digo “si, como no...”, sin embargo, he aprendido a través de los años, y en mi corto recorrido por el camino del matrimonio, que ser sumisa no es humillarse, ni callar, ni decir a todo que si, no es anularse como persona, ni como mujer; ser sumisa, es ser ese hombro, esa mano, ese apoyo; es saber callar, cuando lo que vas a decir no sirve para nada bueno; es contar con él en cada pequeño momento de tu vida; es escucharle, comprenderle; ser sumisa es simplemente amarle. Pero es que Pablo reparte para todos, a él le dice que tiene que amarme como Cristo amó a su iglesia y se entregó a si mismo por ella...y le manda a amarme como ama su propio cuerpo.
Así que si lo vemos desde un punto objetivo, todo esta bien repartido: tu me amas y me respetas, yo te amo y te respeto; tu me escuchas, yo te escucho; nos peleamos y nos reconciliamos; nos gritamos, pero también nos abrazamos y nos besamos; tenemos algunas diferencias, pero tenemos muchas mas similitudes.
Así es como funciona esta empresa, dos tirando del carro, dos mirando hacia un mismo horizonte, dos tomados de las manos, dos amándose, dos respetándose, dos comprometiéndose, dos compartiendo...dos, sólo dos.
Igual no tengo el mejor matrimonio del mundo, ni siquiera cuento con los años de la experiencia, y aunque mi cabeza está llena de canas, muchas de ellas estaban presente aquel 08 de noviembre en la iglesia; lo que si tengo es el deseo, el compromiso y la necesidad de que esto funcione, no estoy sola, cuento con él y con los complementos de mi matrimonio, y, espero, cuando seamos viejos y nuestros hijos se hallan marchado, seguir tomados de las manos, seguir mirándolo a los ojos y seguir encontrándome en sus pupilas.
Hasta la próxima...
El matrimonio son dos hechos uno; dos andando un camino; dos en la misma dirección; dos compartiendo, dos riendo, dos llorando.
El matrimonio no es un juego, es una empresa por acciones, con dos socios, cada uno con el cincuenta por ciento de las acciones; con el cincuenta por ciento de compromiso; con el cincuenta por ciento de responsabilidad y con el cincuenta por ciento de beneficios. Así que si esto fracasa, el cincuenta por ciento te corresponde a ti.
Cuando decidimos contraer matrimonio, lo estamos haciendo con todas sus consecuencias, para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza...por lo menos eso nos preguntan cuando estamos parados frente al altar y llenos de emoción, luciendo trajes que costaron lo suyo y con una fiesta y un buffet esperándonos a la vuelta de la esquina, respondemos un SI del tamaño de una casa, y, ¿para que?, para después que pasa la fiesta, olvidarnos a lo que dijimos que SI y vivir un infierno de egoísmo y lucha de poder.
Recuerdo cuando iba llegando a la iglesia que pedí a Dios que si aquello no iba a funcionar, no me dejara llegar al altar, que no me dejara decir que SI, si yo no iba a estar dispuesta a enfrentar y afrontar todo lo que venía con aquella respuesta; que no me dejara dar el paso, si yo no iba a estar dispuesta a hacer que esta empresa funcionara, si yo no iba a hacer todo lo que estuviera en mis manos y fuera de ellas para hacerle feliz, para hacernos felices; así mismo, pedí que si aquel que me estaba esperando al pie del altar no era el indicado, que me diera fuerza y valor para salir corriendo de aquel lugar.
En el matrimonio sólo hay “Tu y Yo”, los demás salen sobrando: padres, hijos, amigos...me explico, están ahí, les queremos y les necesitamos, pero nunca podremos ponerles por encima de nuestro cónyuge; a los padres les dejamos cuando nos casamos, esto es bíblico, y aún para los no creyentes es así, así es como funciona: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y pasan a ser una sola carne” Gen 2, 24.
Los hijos nos los prestan por un pequeño tiempo, tenemos que amarles, educarles y ellos completan esta maravillosa empresa del matrimonio; pero se irán, alzarán su vuelo y formarán su propia familia, y es deber nuestro enseñarles a volar, darles las herramientas para dejarles levantar el vuelo. Se irán y nosotros, “Tú y Yo” nos quedaremos solos y si no hemos construido nada juntos, entonces llega el fracaso, entonces llega la quiebra de la empresa.
Los amigos, están para hacernos la vida más llevadera, más amena, pero al igual que con los hijos y con los padres, solo están para acompañar. El día que entendamos esta pirámide, tendremos la mitad de los problemas resueltos.
Nadie dijo que sería fácil y si lo pensaste así, te equivocaste, pero es hermoso vivirlo y vivirlo disfrutando de la compañía del otro. Si que habrán malos momentos, riñas y desacuerdos, lo importante es superarlos juntos; que cuando nos equivoquemos saber pedir perdón y perdonar; que cuando nos disgustemos durante el día, llegar al umbral de la habitación y antes de irnos a dormir vernos a los ojos y mirarnos y encontrarnos en las pupilas del otro. Es disfrutar de los hijos como un complemento de nuestro matrimonio.
Como dijo San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, que sirve igual para ateos, agnósticos y creyentes: El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. 1 Cor. 13, 4-7.
Recuerdo, cuando el Padre Florencio nos estaba casando, que me habló de la Carta de San Pablo a los Efesios (Ef. 5, 23-30), en la parte donde habla de que la mujer debe someterse a su marido, se dirigió a mi y me dijo que tenía que ser sumisa, mi expresión se puede ver en el vídeo y se puede leer perfectamente en los labios cuando digo “si, como no...”, sin embargo, he aprendido a través de los años, y en mi corto recorrido por el camino del matrimonio, que ser sumisa no es humillarse, ni callar, ni decir a todo que si, no es anularse como persona, ni como mujer; ser sumisa, es ser ese hombro, esa mano, ese apoyo; es saber callar, cuando lo que vas a decir no sirve para nada bueno; es contar con él en cada pequeño momento de tu vida; es escucharle, comprenderle; ser sumisa es simplemente amarle. Pero es que Pablo reparte para todos, a él le dice que tiene que amarme como Cristo amó a su iglesia y se entregó a si mismo por ella...y le manda a amarme como ama su propio cuerpo.
Así que si lo vemos desde un punto objetivo, todo esta bien repartido: tu me amas y me respetas, yo te amo y te respeto; tu me escuchas, yo te escucho; nos peleamos y nos reconciliamos; nos gritamos, pero también nos abrazamos y nos besamos; tenemos algunas diferencias, pero tenemos muchas mas similitudes.
Así es como funciona esta empresa, dos tirando del carro, dos mirando hacia un mismo horizonte, dos tomados de las manos, dos amándose, dos respetándose, dos comprometiéndose, dos compartiendo...dos, sólo dos.
Igual no tengo el mejor matrimonio del mundo, ni siquiera cuento con los años de la experiencia, y aunque mi cabeza está llena de canas, muchas de ellas estaban presente aquel 08 de noviembre en la iglesia; lo que si tengo es el deseo, el compromiso y la necesidad de que esto funcione, no estoy sola, cuento con él y con los complementos de mi matrimonio, y, espero, cuando seamos viejos y nuestros hijos se hallan marchado, seguir tomados de las manos, seguir mirándolo a los ojos y seguir encontrándome en sus pupilas.
Hasta la próxima...